Yo prefiero
Matsushima,
Ah, Matsushima,
Matsushima!
porque es la expresión de alegría más profunda, la auténtica manifestación de la visión única que tiene un adulto cuando queda deslumbrado por algo o por alguien.
Deslumbrado, pasmado, con la tensión máxima entre el cuerpo y el espíritu, entre el hacer y el pensar, ¿Alguna vez te dieron un golpe seco en el plexo y se te fue el aire y no sabías cómo inhalar porque estabas paralizado y nunca supiste cómo fue que tu cuerpo, no tu mente, recuperó el aliento?
Quizás nunca tuviste esa experiencia que es el inicio de una relación amorosa en la que, como en Bashö, emerge la más pura expresión poética, porque como consecuencia de esa experiencia rompes todos los lazos que te unen a los condicionamientos creados y sostenidos durante muchos años de tu vida, pues de pronto, sin saber cómo, tienes un conocimiento claro y profundo de todas las cosas.
El mundo, mejor dicho, las personas en este mundo de prisas, de acumulación de todo lo posible, hace todo para deshacer, busca para encontrar y desechar; tiene experiencias que no soporta y las olvida, aunque mantenga el peso en su conciencia como un enorme sentimiento de culpa.
Ella vino hacia mí preguntándose, como luego me comentaría, “¿quién es ése al que todos van a saludar con tanta reverencia?”, y me preguntó quién era.
La pregunta, la gran pregunta que en este siglo toda persona con dos dedos de frente quisiera contestarse.
El maestro Takuan le dijo a Bashö “eres un gran conocedor de los sutras, pero en todo este tiempo no he escuchado una sola palabra tuya propia, ¿puedes decirme algo?
Bashö, perplejo, catatónico, no pudo decir nada, nada, hasta que el sonido de algo que caía al agua le abrió el corazón al conocimiento.
Ella sonriente, irradiando felicidad y belleza, me preguntó “¿Quién eres?” Su pregunta me dejó igual que Bashö, mutatis mutandis, pero respondí sin el mayor problema lo que se responde en esas situaciones.
Agha dijo una vez “vienen al rancho, conviven con los amigos, hacen sus ejercicios y aprenden muchas cosas que luego, después, ya en sus casas, poco a poco o de súbito, le llegarán a la conciencia y reconocerán eso que aprendieron aquí. Todo depende de ustedes mismos, de su intención, de su trabajo”.
Porque hay dos mentes: una que responde a lo inmediato y otra profunda que da forma a un conocimiento trascendente.
La mente de lo inmediato es como una “terminal loca” en un sistema de computación: reacciona aquí y ahora nada más y cada vez que la usamos empezamos de ceros.
La mente profunda es una gota de agua en la clepsidra, entra y se purifica.
“¿Quién era tú?”, quizá formulada de una manera menos directa, quizás por el tono de su voz, el color de sus ojos, su sonrisa con un dejo de ironía entró como cuchillo en mantequilla hasta la memoria profunda.
–Pásame el abanico del rinoceronte –dijo el maestro.
–El abanico está roto –contestó el discípulo.
–Entonces –dijo el maestro con un dejo de picardía–, tráeme el rinoceronte.
Así que en este punto en el que el funambulista recibe una ráfaga de viento, se cae, al igual que la pregunta se cae en el mero corazón, porque el corazón sigue la melodía de la voz, y esa voz que es la voz de una mujer desconocida se vuelve el mejor vehículo para bailar con ella y conocerla mientras se baila.
Ahora que algunos meses han pasado, ella sigue frente a mí preguntando “¿Quién eres?”, y yo que no tengo palabras para contestarle solamente le digo:
En la noche profunda, Tu presencia
Es un rayo de luz de la alborada.
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