Todo el arte escultórico de aquí se nutrió y al paso de los siglos se perfeccionó. Grandes escultores como Miguel Ángel, Donatello, Rafael Sanzio o Lorenzo Bernini surgieron de este dogma.
De 10,000 a 15,000 mil años atrás los primeros humanos –paganos… aldeanos, que deambularon por la tierra rendían pleitesía a los fenómenos naturales –sin ser religión- y construyeron centros de culto –templos-. Sumergidos en su natural ignorancia trataban de tener alguna comunicación física o espiritual con estos fenómenos para solicitar favores o tranquilizar las aguas. En más de alguna ocasión, un cadáver no sepultado (esa no era una práctica) quedaba a la intemperie y según las condiciones podría momificarse, cubierto de barro, quemado, deshidratado, secado o afectado por agentes corrosivos que dejaban la piel como pergamino… Esas fueron las primeras manifestaciones mortuorias visibles. No pasó mucho tiempo para que se integrarán a los ritos de adoración a la naturaleza al formar parte “del decorado al altar”. (Paganismo).
Era el año 79 –siglo VIII- de nuestra era y en la ciudad de Pompeya en Roma, vivían cientos de miles de personas que sin saberlo quedarían perennes para los siglos venideros. El Vesubio, volcán en activo arremete con su poderío y sin previo aviso… su irrupción en una tarde de agosto (calendario juliano) se hizo dramático. Los tremores se intensificaron y una potente explosión; una enorme erupción, nubes ardientes piroclásticas y abundante lava hirviente cubrió la ciudad de Pompeya. Miles de seres humanos quedaron sepultados y la ceniza que se asentó al paso de las semanas actuó como conservador natural… Fue hasta el año 1748 -siglo XVIII- que se descubre de manera incidental su magnitud y así, a la vista los cuerpos petrificados en infinitas posturas de esos habitantes son ejemplo/modelo para los escultores ávidos de inspiración. Aún hoy en día se sigue excavando y descubriendo de entre las cenizas su ciudad.
En el cementerio Guadalajara ubicado al oriente y abierto al público en 1952 trabajaba como pedrero Leonardo Mata de la Piedra, hombre robusto pero analfabeto y quien desde su adolescencia venía trabajando el mármol y la cantera y que al paso de los años había perfeccionado su técnica.
Atendiendo la petición de una cliente, la Señora Enriqueta Perea de 50 años de edad que le solicitó una escultura semejando una deidad griega, lo invitó al panteón de Belén para que juntos ella le mostrase el mausoleo ajeno y la escultura mencionada en aras de que Leonardo le hiciese un trabajo parecido. Estando ambos al pie de la tumba Doña Enriqueta Perea le dice: “Vea que belleza de líneas, los detalles y la actitud. Si me elabora algo parecido o lo perfecciona diferente le pagaré el doble… acabo de comprar propiedad en el cementerio Guadalajara y quiero trasladar los restos de mi madre, mi padre y hermana al nuevo sepulcro y en previsión para cuando yo me vaya de esta vida… y quiero verlo terminado sobre la tumba. ¿Acepta?”, “Acepto. Señora Enriqueta, iniciare los trabajos de inmediato. Haré un dibujo en este momento y la busco en una semana…” “Si, vaya a mi casa para darle el anticipo y me muestra cómo será la escultura… confió en su experiencia”
Así, Leonardo Mata de la Piedra, se quedó dos horas realizando trazos angulares y se hizo el propósito –mientras miraba la escultura- en realizar la pieza más perfecta del panteón… la más bella de la ciudad… la mejor del mundo. Era octubre de 1958.
Buscando ideas, visitó de cabo a rabo los cementerios y resolvió ir a la biblioteca que, aunque no sabía leer, bastaba con ver los grabados en los libros y dibujarlos para ir concentrando una idea máxima… Fue así, como vio las fotos de las figuras petrificadas por la erupción del volcán el Vesubio.
Su sorpresa fue mayúscula, al inicio creyó que eran obras talladas de la antigüedad hasta que pidió ayuda al bibliotecario quien le leyó la historia del volcán y que tal acontecimiento había sido un hecho real. Pidió más libros con imágenes del desastre y así se quedó, fascinado por el tiempo restante antes de cerrar la biblioteca… con caudal de dibujos bajo el brazo se fue a su casa/taller confiado en hacer un trabajo histórico. Pasaron los días y no lograba una fusión convincente de líneas y en cuyo conjunto causara tal asombro que quedará para la posteridad.
Llegó el día en acudir con Doña Enriqueta a su casa y recibiéndolo ella amablemente le mostró 20 dibujos “cercanos en boceto a lo que ella quería”. Sentada y aislada paso dibujo tras dibujo y de tener una cara sonriente, paso a la seriedad… a la molestia y al enojo: “¡Don Leonardo, ninguna me agrada!” pasados unos segundos de tensión… Leonardo le dice preocupado: “Deme una semana más y le prometo impresionarla”. Mientras Doña Enriqueta Perea barajea los dibujos, alterna miradas de fuego con el pedrero y termina aceptando la prórroga… muy seria le espeta: “bueno, pero si no me trae algo de mi total agrado, pediré su remoción del panteón… que tenga buena tarde”.
Ofuscado, herido, humillado sale de la casona y molesto consigo mismo se aboca a repasar sus dibujos y decide visitar el Museo Regional de Guadalajara buscando ideas. Su inconveniente de no saber leer a los 32 años de edad era un obstáculo, pues veía esculturas, cuadros, dibujos, reliquias y no sabía cómo o quién fue su autor y su molestia de no saber leer se agudizó cuando llegó a la representación a mediana escala de un sitio arqueológico de una cueva ubicada en alrededores de Santa Catarina Jalisco; lugar de Mamuts, y a cuya entrada estaba el cuerpo boca abajo de una mujer petrificada, -artificial- cuya postura “con algunos arreglos” podría quedar perfecta. Extasiado se quedó dibujando para, en su taller hacer una réplica en miniatura y llevársela convencido cual trofeo a Doña Enriqueta.
Regresa, días después y cual charola cubierta con un lienzo blanco la descubre frente a sus ojos… Doña Enriqueta «petrificada» se quedó al ver… tal adefesio. Terriblemente irritada rompió el trato verbal y le pidió –dentro de sus cabales- que saliera a Leo de su casa. El, se negó y pretendió discutir con ella para, posteriormente hacerse un intercambio grosero de palabras y un forcejeo (Leonardo no soporto más la humillación) … la mujer asustada corre escaleras arriba donde la alcanza y de certero manotazo ella cae varios escalones rompiéndose la nuca (típico) hasta quedar inerte -grotesca y sorpresivamente parecida a la escultura miniatura que Leopoldo le llevó-.
Así, pasaron varios minutos. Leopoldo comprobó que estaba sin vida… y sola en la casona. Haciendo caso a un instinto criminal que ni él mismo sabía que poseía… hurgo por toda la casa, y robó dinero, joyas y objetos de valor… Ya para salir huyendo pensó que hacer con el cadáver, pues no podía dejarlo allí.
Mediados de noviembre de 1958, Leopoldo trabajando en su taller da toques finales a su creación escultórica fúnebre “a solicitud expresa” de Doña Enriqueta Perea. Con ayuda de sus compañeros de obra en el panteón Guadalajara, colocan la pesada escultura de mármol picado blanco sobre la plancha del mausoleo propiedad de Doña Enriqueta. Dedicándole varios días a perfeccionar los detalles, líneas, pliegues y sombras de su maravillosa creación, la cual fue venerada, admirada y reconocida como la mejor escultura del panteón.
¿Y la Señora Enriqueta Perea?
Pasaron las semanas, meses y años y se dio por sentado su misteriosa desaparición. Así, la tumba cayó en el olvido y al paso del tiempo otras grandilocuentes esculturas superaron su maravilla.
Finales de noviembre de 1958, los días que dedico Leopoldo Mata de la piedra a suavizar las líneas de su escultura no solo era en aras de obstinado perfeccionamiento… también con una pequeña brocha se dedicó a limpiar las larvas de gusano que salían de uno que otro orificio de ese monumento alusivo: “Mememto Homus quia pulvis es et in pulverim revertoris…” Asi es: “recuerda humano, que eres polvo –esculpido- y al polvo regresaras”.
El Origen del arte fúnebre.
Autor: Carlos Martínez Valadez, enero de 2024.
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Próxima quincena: La Antigua fábrica.
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