EL PODER DE LA INFANCIA PARA DETENER EL MUNDO
-CUANDO UNA NIÑA MIRA PECES-
Por: Mariana Navarro Macías/ TEN/ Opinión
“Dedicado con amor para Ari, cuya mirada transforma lo cotidiano en maravilla”.
LA ESCENA QUE NOS HABLA AL CORAZÓN
Una niña se asoma con ternura a un frasco donde nadan tres pequeños peces. Sus ojos no sólo observan: dialogan en silencio con la vida.
Es un instante puro, sin adornos, sin filtros. Un momento que parece simple, pero que revela una urgencia social: ¿en qué momento olvidamos mirar así?
LA INFANCIA COMO RESISTENCIA CULTURAL
Vivimos en una época que corre sin descanso. En ella, los niños son empujados a crecer demasiado rápido, atrapados entre pantallas, deberes y presiones.
La infancia ha sido invadida por la prisa de los adultos y por un modelo que mide el valor del tiempo solo por su productividad.
Pero un niño que se detiene, que observa, que juega sin propósito más que ser, está resistiendo. Nos está diciendo que hay otra forma de habitar el mundo.
LA MIRADA INFANTIL COMO ACTO REVOLUCIONARIO
En sociedades donde mirar con atención se ha vuelto raro, el simple hecho de que un niño contemple peces se vuelve un gesto profundo. Esa niña no necesita más: no consume, no produce, no compite. Ella está presente. Está siendo.
Y eso, en sí mismo, es revolucionario.
EL DEBER DE CUIDAR LOS TIEMPOS LENTOS
Proteger la infancia no es llenarla de actividades ni apurar sus procesos. Es permitir que el mundo se adapte a su ritmo, no al revés. Es garantizar su derecho a la lentitud, a la imaginación, a la contemplación. Los niños no son proyectos de adultos. Son personas completas, viviendo el único momento en que serán niños.
CONCLUYENDO: SI LOS NIÑOS DEJAN DE MIRAR, PERDEMOS TODOS
Cuando una niña deja de mirar, el mundo pierde una parte de su alma.
Y cuando un adulto no sabe mirar con ella, pierde el puente más sagrado hacia su propia humanidad.
Por eso, en cada niño que mira sin prisa hay una semilla de futuro.
Y en cada sociedad que protege esa mirada, hay esperanza real de cambio.
Porque un frasco, unos peces y una niña no son solo una escena tierna.
Son una revolución silenciosa.
Una que comienza con mirar…
Y tal vez, con volver a mirar como Ari.