CREER PARA VER
Pedro, como cada mañana, abrió los ojos con asombro, primero uno y luego el otro, se hacía la luz de nuevo. Pedro abría muy bien los ojos porque quería observarlo todo. Pedro bostezó y acercó su aliento a la nariz con su mano derecha para cerciorarse de que sus poderes seguían ahí.
-Ese aroma no lo tiene cualquiera- le dijo su papá sonriendo mientras se cepillaban los dientes y Pedro asintió porque de eso estaba seguro.
Era ese vaho verdoso que nadie más que Pedro podía ver, lo que le daba la capacidad para hacer hablar cualquier cosa. Con él les daba voz a sus juguetes, generaba las mejores charlas entre sus zapatos y calcetines y otorgaba ese tono rasposo de voz a su mascota.
La mesa estaba lista para el desayuno antes de salir, cuando Noche, su perro, le grito suplicante que por favor no se fuera, que aún no jugaban a la pelota. Entonces y por primera vez, toda la familia se quedó estupefacta, no se sabe si de miedo o de sorpresa.