Conforme pasaron las horas tal lógica se afianzó en su cabeza y durante los cuidados de rutina empezó a hacer preguntas… después de semanas de taparse la nariz ante lo oloroso de algunos ancianos, logró ganarse la confianza y haciéndole “a la llorona” (verse ante ellos triste y vulnerable) tocó la fibra sensible de algunos viejitos conscientes que poco a poco iban confiándole sus frustraciones familiares, y… sus secretos.
Sus esmerados cuidados y empatía empezaron a dar frutos; en un lapso «de tres meses de convenientes atenciones” supo de boca de Doña Mercedes que tenía unas monedas en una caja de madera en la raíz oculta de un árbol en la huerta de su casa por el rumbo del agua azul; supo de boca de Don Joaquín que tenía un cofre con joyas y bisutería en un hueco a un costado del caldero, se enteró por boca de Don Ignacio que en el establo bajo el comedero de los puercos hace 20 años ocultó un saco con monedas españolas de oro… la codicia cual espíritu maligno invadió el ser de Atanasio que en sus ansias que lo carcomen ocupaba saber pronto las ubicaciones de esos tesoros.
Como en aquellos tiempos no había el rigor en la administración de documentos; en una guardia nocturna echó mano a los papeles de registro de Doña Mercedes, Don Joaquín, Don Ignacio y de otros ancianos que poseían “riquezas menores”.
Dejando de lado o haciendo caso omiso las anotaciones sobre la diagnosis del estado de salud de los ancianos consultados… poco a poco escribió las direcciones de cada uno en una libreta y ya lo único que le quedó por hacer después fue que, “en charlas espontaneas” averiguar la parte sensible del núcleo familiar de donde provenían y cotejar lo que ya sabía corroborando los dichos por cada octogenario… quienes no siempre andaban de humor.
Alentado por esto, empezó a hacer planes “para cuando ya fuera millonario”. Planeo todo de tal manera que, en una actitud soberbia, empezó a tratar a los ancianos con desdén, quienes ignoraban que en breve iría a buscar esas riquezas y en la que cada familia a su vez ignoraba de la existencia de Atanasio.
Después de mucho meditarlo decidió aventurarse por “la riqueza de mayor riqueza” y se preparó a buscar las monedas españolas de oro de Don Ignacio ocultas bajo el cochino comedero de los puercos. Resuelto y muy orondo fue altivo a presentar su renuncia al asilo quienes sorprendidos tuvieron que aceptarlo.
Días después arriba a “la Hacienda del Arroyo” ubicado al oriente de nuestra ciudad por el rumbo de la Presa de Osorio en la que hoy es la Av. Plutarco Elías Calles. Con una actitud humilde solicita trabajo de limpiar las porquerizas a cambio de comida y las sencillas personas que allí vivían aceptan el ofrecimiento. Muy contento reconoce el lugar, ubica el comedero y simula limpiar, ante la expectativa de que podría tardar unas dos horas… se entrega a la labor. Era temprano por la mañana de un día cualquiera de 1887.
Hacia las 12:00 le acercan alimentos y agradecido para ganar tiempo ofrece reparar la empalizada del chiquero… ya había abierto un hoyo atrás del comedero y no había encontrado nada… casi un metro de profundidad por dos metros de ancho después y ya atardeciendo tuvo que, frustrado, dejar de escarbar. ¿Qué había hecho mal?
Regresó al día siguiente y sabía que era su última oportunidad antes de que descubrieran el hoyanco y no habría modo de justificarlo. Pasan varias horas y kilos y kilos de tierra aireada y desesperado al punto del llanto abandona el trabajo, el lugar y sus ansias de buscar.
Resolvió, después de dormir casi diez horas, continuar en la brega y fue a recuperar las monedas que Doña Mercedes aseguró haber escondido en la raíz de un árbol…El huerto se encontraba ubicado en el camino de terracería adentrado en la zona del agua azul, que, en medio de espejos de agua el terreno solo tenía un lienzo de piedra… pero se llevó una desagradable sorpresa: ¿Cuál árbol? En el huerto, había tres hileras de seis árboles por hilera… Se sentó en la tierra, con una gran desilusión en sus espaldas.
Tardó varios minutos e imaginándome con una vida holgada, motivado brincó la barda y se puso a escarbar al azar; este árbol, este otro, aquel de más allá y… ¡Hey señor, que hace! …Atanasio al verse descubierto y sin mirar atrás salta el lienzo y se aleja de allí corriendo. Cinco árboles quedaron casi con sus raíces de fuera.
Habían pasado seis días desde que renunció al asilo y ya sin dinero, sin trabajo y a sus 50 años de edad, cansado, solo, frustrado recordaba que “aún había riquezas para descubrir” según los otros ancianos que interrogó, pero… regresó al asilo. ¡Buenos días! “Buenos días, Don Atanasio ¿Qué lo trae por acá? ¿Podría hablar con la superiora? “Si, ella se encuentra en el patio, siéntese y espérela”.
La asistente y una doctora hablaban en voz alta de los ancianos allí recluidos: “Estos registros son de Doña Mercedes, Don Joaquín, Ignacio, Pedro, Arnulfo, Rosaura, Andrea y la Sra. Jovita… todos tienen un padecimiento terminal que se conoce como “Demencia” *, aunque no hay estudios concluyentes” ¿Es una enfermedad grave? “Es la incapacidad para recordar, pérdida de memoria, decadencia, debilidad motriz… suelen inventar cosas que no existen para compensar la falta de recuerdos… por su condición de enfermos terminales, requieren cuidado especial”.
Atanasio escucha y se hunde más en su realidad, ¿Sera por eso que no encontró nada?
En eso llega un hombre joven, como de 30 años de edad, saluda… ¡Buenos días tengan sus mercedes! “vengo recomendado para el trabajo de asistir a los ancianos; ya habíamos hablado y me pidieron que viniera hoy… me llamo Valente pa ́ servir a sus mercedes…” “Siéntese, ahorita viene la madre superiora, lo estaba esperando…”
Atanasio, en una distracción se sale de allí… ni tesoros, ni trabajo… resignado, días después se decide a retomar el noble oficio de aguador y es así como Atanasio se mira por las empedradas calles con un palo horizontal en sus hombros sosteniendo cual balanza dos grandes cántaros a 5 centavos por viaje. Al paso de las semanas consiguió prestada una mula en la que ya podía llevar hasta cuatro cántaros a 25 centavos por viaje.
Un día por la mañana llega a dejar un pedido a una casucha de adobe ubicada en la hondonada de los terrenos donde se abrirá en seis años el panteón de Mezquitan en 1896; entonces eran los límites llanos de nuestra ciudad… para esos lares nunca había ido antes… ¡Buenos días! ¿Dónde le dejó el agua?… “allá, en aquella pila…” terminó su faena y al retirarse ya no regresa por la misma vereda, sino que hombre y mula avanzan por las orillas de la barranquita formada naturalmente y en lo que ahora es la calle de Jesús García. Casi 300 metros después la mula hunde la pata en un hoyanco y uno de los cántaros se zafa de su amarre y se va rodando cuesta abajo entre la vegetación… Allí va Don Atanasio corriendo graciosamente para alcanzar el cántaro antes de que se dañe. La pieza de barro se detiene en un montículo de lodo, pues allí había veneros de agua y asomando a la vista Atanasio percibe otro cántaro más pequeño cuyo lomo encorvado le llama la atención pues tiene unos grabados propios de una etnia.
Después de asegurar su cántaro, se aboca a sacar del agua empantanada la vasija, la cual por estar sumergida rebosante de tierra mojada escurría, al verla completa y al meter la mano por la boquilla saca un puñado de lodo… con monedas; monedas de plata de las de uso durante la guerra de independencia en 1811… un atado con rollos de cuero, una brocheta para el cabello con pedrería, una cadena torzal grueso de oro y una mediana cruz de oro.
La alegría invadió todo su ser… Durante años el resentimiento, la desesperanza y la frustración por fin se desvanecieron en una soleada mañana de las muchas que llevaba en su vida. De inmediato llena su talego con su ahora, preciado tesoro y sabiamente aseguro su porvenir comprando un terrenito para sembrar y lo necesario para vivir con tranquilidad. Al paso del tiempo acude a un estudio fotográfico e imprime su imagen; la imagen de un hombre tranquilo, satisfecho, cuya vejez transcurre lento en compañía de su nueva familia… y así, Don Atanasio Irigoyen Bautista fallece un soleado día de 1932 a los 90 años de edad.
Si, la vida de una persona puede cambiar de un segundo a otro. Lo mejor es dejarse llevar cual corcho sobre aguas impetuosas en este fenómeno que conocemos como vida; la cual cada segundo nos tiene situaciones nuevas a las que, a veces… hay que agradecer.
El Asilo.
Autor: Carlos Martínez Valadez, febrero de 2024.
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Próxima quincena: Los Tremores de Terra.
*Definición: Fue Bénédict-Augustin Morel, en 1860, el primero en emplear el término “Demencia”.
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