Hablar de poesía es hablar de ritmo, de un ritmo que se sustenta en la unidad métrica llamada verso, que tiene sus propias reglas de composición con las que se alinea el pensamiento y adquiere una forma distinta de manifestación que, pudiéramos decir, lo moldea.
Los versos tienen sus leyes para establecer el ritmo que lleva al lector a una lectura específica, lectura que es como los rieles sobre los que se desliza el poema y su significado.
Actualmente hay dos tipos de poemas, los que tienen como referencia a la realidad y los que tienen otros poemas como referentes (poemas de poemas).
Estos son poemas in vitro -retóricos, artificiales y artificiosos- que se conforman a partir de algo dado, cuya materia primaria es ya materia elaborada.
Los primeros son poemas vivos que descubren las partes veladas del mundo natural o del mundo humano. Generalmente presentan imperfecciones en su aspecto material, pero que afectan emotivamente a quienes los leen.
La base silábica es fundamental, pues establece el periodo rítmico del verso al mismo tiempo que el de las estrofas.
La poesía auténtica es un significante cuyo significado se encuentra en un referente de la vida que el poeta ha logrado a elevar al nivel de universal.
La poesía es forma, sin duda, es ritmo que se sustenta en la prosodia, en la repetición y en el encabalgamiento, suave o abrupto, tan difícil de componer pero que constituye la manera en la que el poema fluye como un discurso sin llegar a convertirse en prosa, aunque Agamben diga que al final el verso de transforma en prosa.
III
En el poema “Tía Victoria”, segundo del poemario mencionado, Eduardo Hidalgo nos muestra cómo mira al mundo, cómo lo siente, cómo lo interpreta.
El primer verso, un nombre propio, entrecomillado para resaltar la dualidad del significado de “Victoria”, el cual llevará al plano de nombre común “no creaba en nosotros esa idea / de ser mejor que los demás” hasta reducirla al nivel fónico “[el nombre] no era una secuencia de sonidos”, para redimirla en un símbolo, el de “una niña / mayor que nuestra madre en otro tiempo”.
Estos cambios en la percepción del nombre “Victoria”, ocurren en el curso de un tiempo en el que tiene como referencia la muerte de la tía del “narrador poético” que en el paso de los meses y los años se hace un hecho inamovible, definido, referencial, que como tal da significado a los cambios que van pasando en la vida real:
“… y un día nuestros pequeños corazones tuvieron más edad que el de la tía…”
los recuerdos, nos dice el poeta, son temporales, crean una conciencia del tiempo real, biológico, que transcurre y provoca cambios.
El mensaje en este poema parece claro: un nombre no es solamente un nombre propio, también es un nombre común, tiene varios significados referentes al mundo, a la realidad y también, en otro plano, es un símbolo, una representación abstracta, general.
Esto también refleja la diferencia entre el mundo biológico y el mundo cultural, mundos en los que el poeta se mueve, pues Chiapas está inmerso en esas dos vertientes de la realidad.
Salvo ese verso de tres sílabas con el que inicia el poema y se convierte en el eje central, el leit motiv, de su mensaje, el poema mantiene como la unidad rítmica básica al verso endecasílabo con su compleja forma de escansión.
El ritmo y el encabalgamiento suave conducen nuestra lectura por el tiempo real de un tiempo distinto creado por el poeta.
Una “historia” que es dos historias, un hombre que se vuelve niño para recuperar los tiempos de un pasado que es el pasado de todos.
Sólo un poeta puede asentar en el fondo del corazón lo vivido y luego evocarlo para lanzarlo como una flecha al corazón de quien lo lee.
Esto nos dejó Eduardo con la lectura de sus poemas en la presentación de su libro: cómo se transforma el hombre desde lo biológico hasta lo simbólico, con el asombro de lo que se descubre.
IV
El poema: Tía Victoria
“Victoria”, sobre esa lápida verde y pequeña, fue una de las primeras palabras que aprendimos a leer.
Pero el significado no creaba en nosotros esa idea de ser mejor que los demás.
No era una secuencia de sonidos usada en nuestros juegos al ganar,
tampoco era lo mismo que otros nombres;
más bien simbolizaba a una niña mayor que nuestra madre, en otro tiempo,
una niña que vivía, enferma de la sangre,
adentro de una foto en blanco y negro sobre el altar de nuestra única abuela;
nombre-imagen que encerraba un mal carácter, capturada para siempre en su primera comunión, curiosamente; pero nunca fue alguien que se hacía huesos o polvo más abajo en esa tumba verde y pequeña que visitamos aun con más frecuencia después de que murió Miguel.
Hacíamos el recorrido al cementerio, yendo del nuevo al viejo, cargados de flores, de velas, de baldes de agua, y un día nuestros pequeños corazones tuvieron más edad que el de la tía, que dejó de latir a los quince años.
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