Su situación era precaria, vivía con la hermana de su madre, pues se independizó de su familia que vive –en el lejano Zapopan- con el fin de estudiar costura y modas. Vivía con una tía materna y tenía que contribuir con el gasto diario por lo que sobrellevaba su difícil situación zurciendo ajeno. Su guardarropa era raquítico y pobre e imposible poseer un vestido de noche acorde a la exigencia protocolaria. Sin dinero resolvió ir el fin de semana con su familia de donde se trajo unas cortinas color uva con suficiente tela de donde cortar y de su trabajo en la mercería –sustrajo en calidad de prestado- los olanes, retazos, moños, bastilla y complementos para confeccionarse un vestido digno de presumirse, incluso en la Abadía de Westminster.
Dice la leyenda que, faltando 24 horas para la cita, su vestuario y su calzado, forrado con charol (que ella misma elaboró) estaban listos. A las 18:38 del viernes 19 de abril de 1944, Eugenia se encontraba frente a la puerta del Chalet. Era otro mundo… nerviosa, traspasó el umbral, presentó la invitación y amablemente le dijeron: “Sea usted bienvenida”. Saludando con una sencilla reverencia, admirada se quedó ante la suntuosidad del salón y del decorado; la música en vivo, la elegancia y… tres grandes mesas llenas de todo tipo de viandas: Pastelillos, ponche, bocadillos, fuente de frutas, pan, vino, quesos, rollitos de carne, pollo, flan, chocolate, dulces y tartas de limón. Sus ojos iban y venían recorriendo la colorida comida y percibiendo el agradable aroma de los platillos.
No repuesta del asombro elevo su mirada y fijó su vista en gallardo caballero que la miraba con interés. Eugenia sintió mariposas en el estómago. ¿Era amor a primera vista o era el hambre que traía? Logrando vencer sus nervios se dejó seducir “por la socialité” y al paso de varios minutos ya, animadamente conversaba con las personas que tenía en derredor sin moverse, pegada a una de las suntuosas mesas del convite, desde donde veía ocasionalmente, al gallardo caballero.
Una mujer encopetada le dice: “¡Que hermoso vestido… y ese bolso de botón, lo hace ver muy elegante… ¿Lo mandaste traer de Europa?” …apenas le iba a responder, cuando otra persona le ofreció una copa con ponche… “allí hay platitos”, ¿No gusta probar los cuernitos rellenos? Eugenia de inmediato aceptó, y angustiada tratando de controlar el hambre que traía, empezó a devorar discretamente todo lo que estaba a su alcance… el atractivo y varonil caballero con quien intercambiaba pícaras miradas se empezó a acercar a ella. En eso… se fue la luz… una exclamación generalizada y pasados 15 segundos en la oscuridad se escucha un grito. ¡Ahhh, mi collar, mi collar! ¡Auxilio, sentí que alguien me lo arrebató! se vuelve a hacer la luz, y todos asombrados miran a la señora en cuestión presa de la histeria. ¡Busquen a la policía! De inmediato el propietario del Chalet dio la orden de cerrar las puertas y pidió calma. Los alegatos, reclamos disculpas y exigencias subieron de tono a favor de Doña Carmen Villahermosa Sotelo Viuda de Orozco, que indignada seguía gritando y reclamando su costoso collar de perlas. ¡Es un regalo de mi difunto marido el embajador, y no vine aquí a que me lo robaran! De inmediato se les ordenó a todos los invitados hacer una fila y les dijo: “Van a pasar de uno en uno a esta habitación, quien haya sido deje el collar oculto bajo el edredón y aquí termina este asunto y prometo no denunciar”. “Una vez recupere el collar, se regresa a su dueña y nos olvidamos de este lamentable hecho”. Con cierta oposición toda la gente entraba por una puerta y salía por la otra a razón de cinco segundos por persona.
Terminado este ritual que a más de uno le pareció humillante, el propietario del Chalet, entro… busco y nada de collar. Visiblemente molesto anuncio: “Con la pena que me embarga, tendremos que revisar sus pertenencias uno por uno… una por una. De esta casa no sale nadie hasta que recuperemos ese collar”. Eugenia empezó a ponerse nerviosa.
Empujada por la nutrida gente ocupó un décimo lugar en la bochornosa fila y a la primera mujer al inicio de la fila, amablemente, se le pidió depositar sus pertenencias de su bolso sobre la mesa… Una vez revisados, una atingente observación del físico y al vestido para ver “si no había algún bulto de más”, descartaron a la dama de la sospecha… así, fue avanzando la fila.
Todo este tiempo Eugenia mantuvo la cabeza agachada. El gallardo caballero miraba de lejos la escena, en la creencia que no pasaría de ser una anécdota para contar a los nietos.
Toca su turno a Eugenia, avergonzada y al borde del llanto van dos veces que le piden vacié su bolso sobre la mesa. Ella se rehúsa y molesto el propietario del chalet les arrebató el bolso frente a todos y al sacudir el mismo deja ver su contenido: Un cuernito relleno, chocolates, dos manzanas, un trozo de queso, un birotito, una pierna de pollo, uvas, un rollito de carne, cosméticos, una peineta, dos servilletas de tela, y un collar… de pedrería de colores, engarzadas torpemente con hilo color azul. Una exclamación de asombro generalizado resonó en el recinto. ¡Jajajaja! El joven gallardo impetuoso se reía, al tiempo el respetable se miraba entre sí con burla por “la muerta de hambre”… el caballero cuya varonil presencia recordaba a algún oficial alemán, extendió su brazo derecho apuntando con el dedo índice a Eugenia en grotesca burla y la temblorina de la risa lo hace sacudirse… cuando de pronto… ¡un collar de perlas se deslizó por la manga de su saco cayendo al piso! situación que acalló de facto todas las risas, y a Eugenia se le espantó el llanto dando lugar al asombro. El hombre quiso huir, pero fue detenido en la puerta.
Desde su natural ingenuidad, Eugenia todo el tiempo creyó que el caballero la miraba buscando pretenderla… la realidad es que los ojos masculinos se habían depositado en el collar de la madame quien justo estaba detrás de ella… al acercarse, de súbito reina la oscuridad y el hábil ladrón arrebata la preciada joya.
Eugenia recoge su bolso con sus cosméticos, la peineta y presta se dirige a la salida… ¡Señorita! Le grita el propietario del chalet. Nerviosa y asustada, se queda congelada… en un acto de extraña conmiseración, ordena llenar una bolsa grande con viandas varias y se la entrega a Eugenia, a lo que él, amable le dice: “Que pase usted muy buenas noches”.
Una leyenda enamorada.
Autor: Carlos Martínez Valadez, noviembre de 2023.
Copyright 2023 Prohibido su uso con fines de lucro o cualquier otro.
Prohibido copiar o trasladar a otro espacio web digital o físico.
Escriba: [email protected]
Prohibido copiar o trasladar a otro espacio web o físico.
Próxima semana: Los secretos del altar.
Lea aquí también en TEN Informativo: “¿Baraja española o Tarot?”, “La mecenas” y “La leyenda del político”.
Me gusta esto: Me gusta Cargando...
Relacionado