KUNG FU PANDA Y EL FUTURO DE CADA ESTUDIANTE
Por: Marco Antonio González Villa*
Desde la visión Freudiana, la frustración es necesaria para que un infante pueda devenir en sujeto social, entendiendo que no todo lo que desea lo va a conseguir o lograr; de esta manera se instaura la ley, el super yo en el infante, que representa la parte moral constitutiva de una persona; así es la vida, aunque sea difícil de aceptar.
Después de eso, conforme va creciendo una persona le van inculcando una serie de ideas y significaciones cuyo propósito es generarle altas expectativas y el establecimiento de metas, sueños en términos románticos, que conseguirá mediante diferentes vías, principalmente el esfuerzo y la preparación, con la idea implícita del mérito y el premio en la vida; la escuela es una de las encargadas de esta encomienda. Lamentablemente la vida no refleja o respalda estas ideas.
La película Kung Fu Panda tiene una de las escenas más dramáticas y de mayor profundidad filosófica educativa difícilmente comprensible para la población infantil, pero que obligan a reflexionar a quienes estamos involucrados en procesos formativos, constructivos y pedagógicos: el personaje antagónico, de nombre Tai Lung, se escapa de la cárcel en donde estuvo encerrado por veinte años y va a encarar a su maestro Shifu, para reclamarle por su frustración de no haber conseguido algo que anhelaba y por lo que trabajó mucho, haciendo responsable al maestro de su infortunio.
Haré un pequeño proceso de edición del diálogo que sostienen, sin perder la esencia de los mensajes mutuos que se mandan: Shifu dice “…no era tu destino ser… no es culpa mía…” a lo que Tai Lung responde: “¿no fue culpa tuya?, ¿quién lleno de sueño mi cabeza?, ¿quién me hizo entrenar hasta que se me rompieran los huesos?, ¿quién me negó mi destino?”, ante lo que el maestro Shifu responde “Esa decisión no me correspondía”. Pelean hasta que el alumno vence al maestro mientras señala lo siguiente: “todo lo que hice fue para que estuvieras orgulloso… dime que estás orgulloso Shifu… dímelo… dímelo”. “Yo siempre estuve orgulloso de ti… desde el primer momento estuve orgulloso…” responde un maestro en el suelo. Es una escena fuerte… imaginemos esto en un aula.
Hay una gran riqueza y crudeza al mismo tiempo en este diálogo: el reclamo y la defensa evidencian las trampas y mentiras que el mundo social ofrece para algunos: la meta de un maestro es preparar a sus estudiantes para la vida, hacerle entender que sólo con preparación se puede salir con mayor facilidad hacia adelante, inculcándole que las metas, los sueños y las utopías deben gestarse para impulsar a cada infante y adolescente a seguir, a concebir un mejor futuro. Pero, la realidad, con su poca movilidad social, con su falta de reforzamiento al mérito, con las pocas oportunidades que ofrece a los jóvenes, les muestra que no conseguirán mucho de lo que aspiran.
¿Quién tiene mayor responsabilidad ante el joven que no logra su sueño? ¿El docente por demostrarle su fe y convicción en él? ¿El docente por convencerlo de que el esfuerzo y la preparación lo recompensarán? Cada docente genera esperanzas, pero debe aclarar que a él o ella no le corresponde decidir el futuro de sus educandos. ¿O debemos responsabilizar a quien sí decide el futuro de cada joven?, ¿al que le cierra la puerta y le niega una oportunidad? Pongamos nombres.
Otra pregunta está en el aire y no es sencilla de responder para algunos ¿qué es más cruel: ilusionar y generar esperanzas a alguien o frustrarlo? Desde el ámbito educativo es claro que el docente busca y promueve un bien para sus estudiantes y siempre estará orgulloso de los logros de sus estudiantes, pero el mundo real, el mundo social, tiene otros intereses y sueños. Ahí está la respuesta, no hay que buscar más ¿no? No es la escuela… se los dejamos de tarea.
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]