CONOCÍ UN MUNDO FASCINANTE, HOY SOY UN HUMILDE BOLERO
Así daremos comienzo a una historia urbana, que como muchas otras, contiene elementos, matices y circunstancias que la hacen única.
Recorriendo las calles de una zona popular de Guadalajara, ofreciendo sus servicios como lustrador de calzado, va Eduardo Casillas Casillas; para muchos es tan solo uno más de los miles de «boleritos» (como son llamados popularmente), para otros, un simple hombre en busca del sustento diario, pero lo que platica mientras cepilla el calzado de sus clientes, tiene un toque de fantasía y realidad.
«En el año de 1980, a la esquina de mi casa llegó una carpa de circo y no teníamos dinero para pagar un boleto y entrar, recuerdo que tenía 10 años, era un niño como muchos del barrio (colonia la Federacha), me acerqué a la taquilla y le pedí a la boletera que si me permitía asomarme para ver un poco de la función, la respuesta fue, claro que no y si quieres entrar debes llenarme ese tambo con agua. -lo que hice de inmediato- y cuando le dije, ya está lleno…¿me va a dejar pasar?, ella contestó, claro, ya te lo ganaste», así comenzó su aventura en el mundo circense la cual duró por más de 20 años.
«Recuerdo que cuando me encontraba en las gradas de aquel circo del barrio, me dieron ganas de orinar, me bajé por uno de los cables y al salir por un lado de la carpa, uno de los artistas me sorprendió y me reprendió, empujándome y jalonándome del cabello y orejas, pero en eso apareció otro hombre (era el dueño del circo), y no solamente regaño al tipo que me agredía, terminó corriéndolo; se acercó y me preguntó que si me encontraba bien, le respondí que sí, en realidad me encontraba asustado, algo que sin duda el señor al que le decían don Pancho, ya había notado. entonces me dijo con una voz firme pero melosa; puedes venir cuando quieras, esta es tu casa y nadie te va a maltratar en adelante».
Esta historia fue el preámbulo de lo que Eduardo estaba a punto de descubrir, dejó su casa en donde su familia no tenía los recursos suficientes para atender a la prole e inició una aventura en el mundo del circo, «aprendí de todo, fui equilibrista, malabarista, trapecista, hasta domé leones; hacíamos de todo, desde montar y desmontar las carpas, cuidar los animales y pintarnos de payasito», explicaba mientras daba trapazo a uno de sus clientes.
Fueron 20 años viajando y trabajando en circos de todos los niveles, desde el modesto que lo acogió y le abrió sus puertas hasta otros mayormente conocidos, por su fama, como el Atayde Hermanos o el Fuentes Gasca, «Conocí casi todo México, ciudades grandes y poblaciones pequeñas, hasta que un día decidí alejarme de esa vida y regresar a mi barrio, con mi gente y con los recuerdos», asegura con cierta nostalgia.