OPINIÓNPOLÍTICAREGIÓN

EL ABUELO TRISTE

Por: Dr. Luis Octavio Cotero Bernal
Director del Observatorio Académico de Justicia y
Seguridad Pública de la División de Estudios Jurídicos
de la Universidad de Guadalajara.

Quienes ya peinamos canas y tenemos la bendición de ser abuelos, también tenemos claro la gran responsabilidad que ello conlleva.

Los adultos mayores que alcanzamos ya esta bendición de que nos llamen abuelos, quienes además nacimos en una época igualmente bendita, pues basta recordar que, en nuestra época había aire limpio, seguridad pública, imperaba el respeto y la cordialidad entre los ciudadanos y las autoridades federales, estatales y municipales, a quienes les correspondía dirigir destino de nuestro país. Tiempos en los que, cada día y a lo largo de varias décadas, las clases sociales se daban por naturaleza, pero todos reciprocaban el respeto sin denuedo.

EL ABUELO TRISTEBien en las instituciones gubernamentales o bien en la iniciativa privada, surgían las oportunidades en todos los sentidos para el desarrollo de todos los que tuvimos la posibilidad, la oportunidad y el interés de ingresar a la educación pública, pero ante el crecimiento de la población, el estado se vio rebasado y gracias al crecimiento económico, surgieron las instituciones encargadas de la salud pública y también surgieron en la iniciativa privada, al igual que en la educación, dado que se tuvo la opción de optar por una institución educativa pública o una privada.

En el caso particular de Jalisco, la educación logró llegar a todos los rincones del Estado y estar al alcance de toda la población. Actualmente se tiene la posibilidad de aspirar a una formación profesional, de acuerdo al interés y las necesidades de cada región, logro que desde luego habrá de reconocerse a la Universidad de Guadalajara.
Todos los que nacimos entre los años cuarentas y los sesentas, somos responsables de la formación de nuestros hijos e innegablemente, también somos responsables, de todos aquellos servidores públicos que viven del erario, alejados de un respeto mutuo entre gobernantes y gobernados, al grado tal que, los gobiernos de los tres niveles, actualmente se desempeñan en una anarquía absoluta, medrando con el erario público, lo que conlleva que, la delincuencia siga dañando a la sociedad, ante una total y absoluta impunidad, pero lo más lamentable es, el grado de descomposición social que impera actualmente, el cual era inimaginable en aquellos años, como inimaginable también era para nosotros, el hecho de pensar que, seríamos gobernados por autoridades de tan corto talento intelectual, quienes se atreven, inclusive, hasta a poner en riesgo la salud de la niñez.

Al día de hoy, tenemos claro que nuestras autoridades dejaron a un lado esa autoridad que, legalmente se les otorgó en su calidad de gobernantes, dado su contubernio con la delincuencia organizada; o bien, por la cobardía de aquellas para hacerle frente al delincuente, no obstante el alto costo económico que ello representa, aspecto que sería lo de menos, porque preferible sería conservar esas vidas que se pierden diariamente, dado el número de homicidios permanentes, cuya cifra tiende a incrementarse alarmante.

EL ABUELO TRISTEEn los últimos tres años nuestra patria ha sufrido una masacre de más de cien mil ciudadanos y otra cantidad incuantificable de desaparecidos y personas no localizadas; sin embargo, ello no conlleva que nuestras autoridades muestren la más mínima intención visible o intangible, ya no digo interés, de superar esta crisis tan desastrosa y dramática que impera en nuestra patria y en nuestro Estado.

Dada nuestra triste realidad social, nosotros los abuelos estamos legando cobardemente a las nuevas generaciones, un estado de cosas poco digno y decoroso, por lo que, debemos hacer lo propio para evitar irnos de este mundo, sin tan siquiera tener conciencia de lo que estamos heredando en nuestros hijos, a nuestros nietos, a nuestros bisnietos, pues les estamos heredando un escenario desastroso, por lo que bueno sería que, por lo menos intentáramos restablecer el orden y someter a la autoridad al cumplimiento de su deber, antes de partir físicamente de este mundo. Es necesario dejar a un lado el confort, la comodidad o la cobardía en la que podemos cobijarnos, dada nuestra edad.

Hay que vivir de pie hasta el último día, tal y como nos lo enseñaron los que lucharon para dejarnos una patria distinta; sí, distinta, pero indiscutiblemente buena.

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