Por: Dr. Luis Octavio Cotero Bernal
Director del Observatorio Académico de Justicia y Seguridad Pública de la División de Estudios Jurídicos de la Universidad de Guadalajara.
Se ha puesto muy de moda, a través de las redes sociales, referir que, quienes nacimos a finales de los cuarentas y principios de los cincuentas, nacimos y vivimos en una época privilegiada, los mismos que, actualmente pertenecemos a la tercera edad y quienes por cierto, ya estamos partiendo de este mundo.
En esa época en la que nosotros nacimos, México estaba en pleno crecimiento, progresaba en todos los sentidos, llámese en la agricultura, en la ganadería, en la industria alimenticia, etc. La sociedad en general, teníamos oportunidades laborales y académicas para poder trabajar y/o estudiar, acorde a la condición de cada quien.
En esa época, el nuestro era un país con ciudades y pueblos habitados por ciudadanos y pobladores hospitalarios, solidarios, fraternos; en sí, seres humanos respetuosos y respetables. Tiempos en los que, también había parejas que, sino eran felices, sí vivían realmente integrados como familia, sin importar cuán numerosa fuera la familia y, muy al margen de los aspectos negativos que, revestían al jefe de familia, ello no conllevaba que dejara de ser el eje central de dicho núcleo familiar.
Por su parte, la mujer jugaba un papel muy importante desde la familia, pero no se limitaba a sus integrantes, pues indiscutiblemente que, trascendió sobremanera en la sociedad que imperaba en aquellos tiempos.
Era precisamente la mujer quien, por sugerencia o instrucción del jefe de familia, aplicaba todas las reglas y todas las directrices impuestas dentro del seno familiar y en beneficio de toda la sociedad.