OPINIÓN

UNA HERIDA INVISIBLE

“VIOLENCIA VICARIA Y EL DOLOR QUE SE HEREDA”

Por: Mariana Navarro Macías/ TEN/ Opinión

Se ha infiltrado, con sigilo y perfidia, una sombra lóbrega que desgarra los vínculos más sagrados: la violencia vicaria.

Su esencia no es la de un golpe visible ni la de una afrenta directa, sino la de un puñal soterrado que hiere por interpuesta persona, que desangra el alma maternal al infligir tormento en sus descendientes.

No es el verdugo quien cae sobre la víctima, sino el hijo inocente, el nieto despojado, el lazo truncado.

¿QUÉ ES LA VIOLENCIA VICARIA?

El término “violencia vicaria” fue acuñado por la psicóloga argentina Sonia Vaccaro en 2012.

Se refiere al tipo de violencia en la cual el agresor busca causar daño a través de terceros, generalmente los hijos.

Esta táctica perversa convierte a los menores en herramientas de venganza, sometiéndolos a situaciones de riesgo emocional e, incluso, físico.

La violencia vicaria es una manifestación extrema de control y dominación, donde el agresor atenta contra lo más preciado de la víctima para infligirle el máximo sufrimiento.

MARCO LEGAL Y PROTECCIÓN A LAS VÍCTIMAS

El reconocimiento de la violencia vicaria en el ámbito legal es fundamental para brindar protección efectiva a las víctimas.

En México, por ejemplo, se han impulsado iniciativas para incluir la violencia vicaria en la legislación. Una propuesta de decreto busca adicionar disposiciones a la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, reconociendo la violencia vicaria como aquella ejercida sobre hijos, abuelos maternos, hermanos u otros familiares cercanos para causar daño psicológico a una mujer.

SOBRE LA VIOLENCIA VICARIA: UNA ESPADA DE DOBLE FILOPOLÍTICAS PÚBLICAS EN PRO DE LA PRIMERA INFANCIA SON INSUFICIENTES

Aun cuando el amor filial debería erigirse como un baluarte infranqueable, la violencia vicaria lo mancilla con su designio perverso.

Este oprobio, tan sutil como atroz, convierte a los niños en heraldos involuntarios de una guerra que no es suya, en trofeos de un rencor que no les pertenece.

Se les arranca de los brazos de quienes los aman, se les siembra en la mente la semilla del desdén, se les priva del calor familiar.

Más no sólo las madres sufren el azote de esta afrenta.

También los abuelos, esos guardianes del ayer, los templos vivientes de la memoria, los que con arrugas en la frente y ternura en la mirada han de legar a los suyos la historia del linaje.

A ellos también se les despoja, se les condena al vacío, a la mutilación emocional de no ver crecer a sus nietos.

LAS ABUELAS: DOBLEMENTE HERIDAS, DOBLEMENTE SILENTES

En este mes de marzo, mes de la mujer debemos tomar conciencia.

Si existe una víctima que padece con la mansedumbre de quien carga siglos de injusticia, esa son las abuelas.

Se le arrebata la dicha de abrazar a su descendencia.

Sobre su regazo vacío se acumulan las lágrimas de la impotencia, y en su corazón resuena el eco de las risas infantiles que ya no puede escuchar.

Y esto causado por un hombre que ejerce violencia de género hacia una mujer.

La sociedad, en su ceguera, pocas veces se detiene a observar el luto de estas mujeres, a quienes se les ha negado no solo la justicia, sino el más básico consuelo.

LA LEY: UN ESCUDO QUE AÚN NO PROTEGE DEL TODOmujer

No ha sido sino hasta tiempos recientes que el derecho ha comenzado a esbozar una armadura contra esta ignominia.

Se ha intentado reconocer en el cuerpo de la ley que la violencia vicaria no es solo un mal doméstico, sino una afrenta a la esencia misma de la maternidad y la herencia afectiva entre generaciones.

Sin embargo, la legislación, aún no ha levantado el bastión suficiente para contener la vorágine de este dolor.

Se han alzado voces en favor de un blindaje legal más sólido, que impida a los agresores utilizar a los niños como armas de guerra emocional y que proteja, además, a aquellos que sufren en el exilio afectivo.

CONCLUYENDO: UNA LLAMA QUE NO PUEDE APAGARSE

En este mes dedicado a la mujer, recordemos que la lucha por una vida libre de violencia es una responsabilidad compartida.

Al alzar la voz contra la violencia vicaria, estamos defendiendo el derecho de cada individuo a vivir en un entorno seguro y amoroso.

Que este sea un llamado a la empatía, la justicia y la acción colectiva:

¿Qué nos queda entonces por hacer, sino la resistencia del amor?

Que nadie nos haga creer que el afecto sincero puede ser abolido por decreto de la crueldad.

Que el abrazo negado persista en los sueños, que la risa ausente resuene en la memoria.

La lucha contra la violencia vicaria no es solo una cuestión de leyes, sino de conciencia.

Es menester que la sociedad se levante y exija lo que es justo: que ningún niño sea instrumento de venganza, que ningún abuelo llore en la sombra, que ninguna mujer vea en los ojos de su hijo la pena de un destierro impuesto.

Y cuando la justicia tarde en llegar, que al menos nos quede la certeza de que el amor, como la verdad, es un río que siempre encuentra su cauce.

Que las palabras no dichas se conviertan en plegarias de justicia.