VERDADES
Alguna vez fuimos víctimas o victimarios de definiciones circunstanciales y lastimosas, más cobardes que creíbles: todo va a estar bien -aunque te dejaron sin trabajo y sin derecho a indemnización-, estas igual -aunque tienes tres décadas de no verte con aquella amiga de la secundaria-, hay que seguir -en las condolencias por un fallecido-, algo sucederá, no hay mal que por bien no venga, el alumno superó al maestro… ya llegamos -al niño ansioso-, o el peor de todos: yo jamás te mentiría. Nosotros mismos nos mentimos. ¿Para qué contrariar con verdades que duelen? Lo dejamos en manos de la fe del otro o la propia, en milagros que nadie reconocería. “Intenta ganarte la vida con la verdad… y acabas en el comedor de beneficencia”, escribió Herman Melville.
La mentira vive sus días de gloria. Días de regocijo y esplendor. Ni es contrariada ni se le pone paño frío. Y no me refiero al banquero que dice ofrecer la mejor tasa del mercado, la etiqueta del jamón de pavo que presenta más embutido que el real o la declaración patrimonial dibujada en la agencia tributaria. Faltaba más, menudencias diarias, sería muy desconsiderado con nuestras notoriedades ancestrales. Esas no faltan. La mentira bien vale una candidatura o una presidencia, los números manipulados de la estadística, acusaciones contra infelices inocentes -siempre pobres- para ocultar la holgazanería y corrupción de los investigadores policiales, el anuncio de la muerte desmentida de un cantante, los justificativos para lanzar una guerra, llámese Rusia en Ucrania o Estados Unidos en Irak.
Brilla la mentira pública, envuelta como el mejor aroma de cocina, sin generar el menor pestañeo de zozobra, se reproduce como conejos y es retroalimentada con generosidad y hasta exageración. Somos dóciles con ella. La consumimos, la dejamos pasar, nada de combatirla, que allí esté, salvo que alguien demande porque se siente ofendido -luego ni sabremos en qué termina, pero el daño ya se hizo. Internet la ha potenciado y allí seguirá vigente. Alguien en futuros años, no hay que ir muy lejos, hallará la mentira en algún lugar recóndito de la web y tendrá la posibilidad de reeditarlo. Así los vemos pasar: los que niegan las vacunas o las masacres de Hitler, de Stalin o de militares latinoamericanos, los que etiquetan como enfermedad la homosexualidad o los que niegan los efectos nocivos del fracking, quienes rechazan resultados electorales o quienes ensucian nombres e instituciones asociadas a corrupción sin demostrarlo, quienes entorpecen las búsquedas de desaparecidos y las pruebas de crímenes, lo que ven “negros de mierda” en lugar de inmigrantes, el periodismo con línea bajo el brazo, los que tienen datos propios sin revelar, quienes culpan a la mujer víctima del feminicidio.
Soy una mentira que siempre dice la verdad, definió provocador el poeta Jean Cocteau en Opéra. Muy cerca del goebbeliano “miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”. Le cabe a los Trump y Bolsonaro, los Vox y Milei. Un Maduro, un Bukele o un Ortega. Mientras se pueda obtener provecho de ella, la mentira existirá, se dice con decepción y realismo. Somos algo flojos para confrontarla.
@DaríoFritz