Estoy en un punto miserable y sé las consecuencias de esta declaración, pero ya no hay manera de que pueda dar un paso adelante.
La mentalidad reinante es completamente pragmática –dar y recibir– puesta al servicio inconsciente –irresponsable, para ser claros– de la ideología dominante que quiere una humanidad que goce de su estupidez.
Primero les hicieron creer que estaban enfermos, luego los medicaron con drogas controladas para disociar razonamiento y sentimiento y después les dieron órdenes, les ordenaron sutilmente qué hacer y cómo, y finalmente les dijeron que eran libres de hacer lo que les viniera en gana, siempre y cuando reconocieran que eran responsables –culpables como delincuentes– del mundo y sus consecuencias.
El sentimiento de culpa introyectado hasta el culo de su cerebro es el timón que los guía en su vida diaria.
Un grupo, de esos grupos piloto para ejercer la diseminación en cascada de una conducta, de un modo de ser, fue suficiente para su objetivo. Un grupo con cierto poder, con cierto conocimiento reconocido socialmente (médicos, psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, a los que se sumaron los supuestos filósofos auto ayudadores, de las nuevas corrientes mezcladas con el catolicismo y las religiones orientales), para martillar en el espíritu de todos los ciudadanos sin que estos dudaran de lo que les decían.
“La humanidad está enferma”, dijo alguna vez Miguel de Unamuno (un filósofo español católico que le tenía miedo a la muerte, tras vivir el franquismo, apéndice hitleriano durante la II Guerra), idea que tomaron los ideólogos de la burguesía para enfermar a la humanidad con sus temores cristianos.
El sometimiento más encabronado nunca antes jamás visto basado ahora en la conquista del espíritu.