LA ESCUELA, LA VIVIENDA Y LOS INMIGRANTES
Por: Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Durante la revolución mexicana, María tuvo que huir con su familia desde Hidalgo del Parral hacia Ciudad Juárez, tras de que las fuerzas villistas asesinaron a su padre para hacerse de los lingotes que él resguardaba en una mina. Roberto huyó desde Tepatitlán de Morelos, también con su familia, con la ventaja de que su padre Emilio seguía vivo e iba con Roberto y sus hermanos y hermanas. Pocos años después, María coincidió con Roberto en la escuela primaria. Roberto solía atarle las trenzas al respaldo de su mesabanco. Ese chamaco molesto acabó por convertirse, al paso de los años, en el esposo de María. Sus tres hijas y su hijo culminaron la escuela primaria y secundaria. La primera de sus hijas tuvo el privilegio de formar parte de la primera generación del bachillerato en Ciudad Juárez. Empero, cuando terminó el bachillerato todavía no existía la universidad de Chihuahua. Así que la opción fue salir de su ciudad natal hacia uno de los polos de atracción de estudiantes en los años cuarenta del siglo XX.
En ese entonces, la Universidad de Guadalajara contaba con menos de un cuarto de siglo de su refundación, pero ya se había convertido en un importante punto de atracción de futuros profesionistas. Así que la primera hija marcó la ruta para el estudio de las siguientes hermanas. La menor de las tres aprovechó la estancia de las hermanas para cursar también el bachillerato en la Escuela de Jalisco. Durante sus estudios universitarios, las tres contaron con amigos y pretendientes que también provenían de muchos otros lugares de la república. Las redes sociales de conocidos contribuyeron a que construyeran relaciones de confianza y reciprocidad con algunos de esos estudiantes, por lo que la mayor de las tres aceptó salir con un joven abogado de la Ciudad de México por recomendación de un juarense con el que llevaba amistad desde sus tiempos preparatorianos. Ya graduada y como emigrada en la capital del país, aceptó iniciar un noviazgo con el joven abogado y, posteriormente, una familia. Las otras dos hermanas hicieron amistad con amigos, conocidos y compañeros de la primera. Y eventualmente se casaron con profesionistas que también habían salido de poblaciones distintas de aquellas en las que realizaron sus estudios.
La historia de esa familia no es una excepción en los procesos de movilidad estudiantil y en la formación de familias. Los años de bachillerato y universidad coinciden, para muchos, con una curiosidad social y sexual y con un grado de autonomía respecto a los progenitores que se convierten en oportunidad de formar nuevos lazos y establecer familias y descendencia. De algún modo, se aplica el dicho “es sonriente el niño y le hacen cosquillas”, pues la curiosidad y la avidez, además del carácter enamoradizo cobran una especial trascendencia y se tarta de procesos por los que los contemporáneos están atravesando también. Un factor adicional incide en la posibilidad e incluso necesidad de establecer lazos con los contemporáneos en los estudios: contar ahora con una vivienda en donde, si no coinciden con otros estudiantes como estrategia de bajar los costos de la renta, sí tienen un espacio de independencia frente a sus ancestros que los apoyan para estudiar fuera de sus terruños. Los motivos de la salida de algunas poblaciones de nuestro país han variado, y la cantidad de instituciones educativas se multiplicó a lo largo de las décadas. Pero la necesidad de formación se ha mantenido como una razón para la salida, mientras que el prestigio, el cupo, las disciplinas ofrecidas o la ubicación de las instituciones han conservado su atractivo.
Los estudiantes se convierten, en muchos casos, en la fuente de subsistencia de otras familias que les rentan un cuarto, un estudio, un departamento o una casa (que suele ser compartida con otros estudiantes). Algunos de ellos trabajan en su lugar de estudio y envían dinero a sus familias en el terruño, pero muchos otros reciben subsidios o su mantenimiento completo de parte de sus ancestros (progenitores, tíos, abuelos, hermanos mayores). Recursos que se utilizan para la vivienda y la comida. En algunos casos, como sabemos de María cuando sus hijas se trasladaron a estudiar en el sur, las familias optan por rentar un lugar y, una vez hechas a la idea de que probablemente no regresarán al terruño, compran terrenos en la ciudad de estudio. Eventualmente, como sabemos, muchos estudiantes acaban por asentarse en un lugar que no es el terruño propio ni el de sus cónyuges.
Para muchas ciudades, los estudiantes se convierten en impulsores de la economía pues rentan o compran viviendas, consumen en sus mercados y establecimientos de comida, compran libros, materiales de estudio e incluso establecen sus propios negocios con los que sostienen sus carreras. Sabemos de casos de estudiantes que emprenden negocios con sus compañeros y consiguen batas, zapatos, libros, cuadernos, equipos de cómputo, como parte de un esfuerzo por completar sus gastos. Una estudiante me comentó recientemente: “prefiero colaborar con otros estudiantes cuando compro agua o comida que darle ese dinero a la cafetería de la universidad”. Son muchas las ciudades o vecindades en el mundo que tienen fama de “universitarias”. Barrios como el Quartier latín en París ha sido incluso parte de los argumentos de las novelas de estudiantes pobres llegados a París para estudiar en su prestigiosa y compleja Sorbona; así como algunas ciudades universitarias alemanas saltaron a la fama por sus historias en que narran los esfuerzos, amores y desamores de sus bachilleres y doctores.