FEMINISMO
Sin clan, sin ley, sin hogar, nada es. Lo dice Homero en la Ilíada. “Lo primero de todo es la casa, la mujer y el buey labrador”, aporta Hesíodo. Hablaban de la familia, “la comunidad establecida para la convivencia de todos los días”, a decir de Aristóteles. Y de la cual Platón alertaba que su “desvirtuación o falta de cohesión” llevaría a “la disolución de la República y, por ende, de la sociedad”. En el reciente cierre de temporada de You Honor, la serie en la que Bryan Cranston vuelve a brillar, muestra que, para algunos clanes, de la mafia en este caso, lo de la familia se lleva con camisas de fuerzas permanentes. Y que la mujer, despreciada, ninguneada, violentada, puede ganarse su lugar como cabeza del clan -una Hope Davis sobresaliente- a fuerza de mayor maldad que los hombres, aunque esto ya no resulte una novedad tanto para la cinematografía como para la literatura (allí están Las reinas del crimen, La dama de la mafia, el documental Napoli, Napoli, Napoli, o La reina del sur, la creación de Arturo Pérez Reverte).
Esa mirada algo repetida sobre mujeres abandonadas, maltratadas o cómplices del patriarcado, por necesidad, amor o vocación, encuentra otro relato, nuevo y apenas visibilizado; el de las mujeres que aceptan colaborar con la justicia para contar sobre los crímenes, negocios, lavados de dinero y nombres de su clan. Arrepentimiento y necesidad de sobrevivir que en la familia -madres, hermanas, padres- le indilgarán como traición y se lo harán pagar con la muerte si logran cazarlas. De eso va Las buenas madres, la producción italiana basada en el libro homónimo del periodista Alex Perry, y que estrenó este año Star. Parsimonioso, el relato se toma seis capítulos que pasan muy rápidos, para hacernos ver que la violencia ejercida por padres y criminales del clan es tan cruda como real con las mujeres. Las convierten en rostros desfigurados sólo por acceder a redes sociales, las insultan por ser eficientes en su trabajo, pretenden que una hija olvide a su madre porque los ha traicionado dando cuenta a la justicia de sus crímenes.
En una Calabria donde lo único moderno son los celulares, microondas y refrigeradores, porque en lo demás, desde la arquitectura y el silencio pavoroso de las calles de los pueblos, el conservadurismo rancio y aterrorizante sobrevuela la serie. Las historias verídicas de tres mujeres, víctimas de clanes familiares de la Ndrangheta se abordan con solvencia, frialdad y magnetismo en las cámaras que dirigen con pulcritud el inglés Julian Jarrod y la italiana Elisa Amoruso. Dejan en claro que la familia es una fraternidad de hombre, donde las mujeres sólo acompañan y nunca serán lo primero de todo, volviendo a Hesíodo. Donde un jefe puede denominarse mamma santisssima, pero nunca le confiaría a la mujer hechos y mucho menos secretos, sería como traicionar el juramento de fidelidad, en palabras del arrepentido jefe de la Cosa Nostra, Antonio Calderone.
Las buenas madres es una obra feminista, no sólo porque muestra a esas tres mujeres valerosas junto a la fiscal que encabeza la estrategia de desarmar en lo que puede a la mafia, a partir de hacernos ver que son tan responsables de crímenes -por participación u omisión- como sus maridos o padres, sino también porque cuenta la vulnerabilidad de otras mujeres -la mayoría- que callan la violencia aceptando su papel de víctimas, tutoras del grupo familiar aunque sus integrantes cometan asesinatos, trafiquen drogas o extorsiones a sus vecinos. Mujeres capaces de manipular a nietas y sobrinas contra las propias madres que han dado ese paso de rebeldía contra un mundo oscuro del que ya no quieren formar parte. “No le perteneces a nadie más que a tí misma”, le aconseja Lea Garófalo a su hija Denise antes de que el marido la mate y desaparezca su cuerpo.
Una de las tres versiones que identifican el origen de la palabra mafia, señala la contracción de ¡Ma fia! (¡Mi hija!), que gritaban desesperadas las madres en el Palermo del año 1282 ante la violación de sus hijas cometidas por soldados franceses. Esos gritos hoy se convierten en amenazas de venganza y chantaje. Perderán a sus hijos y su propia vida aquellas que osen ir a la justicia. Y se lo cumplen. Las mujeres lo saben, pero dudan. Romper con la omertá (silencio cuyo rompimiento se paga con la muerte) es complejo. Así se lo hace saber Giuseppina Pesse a la fiscal. “Usted no entiende nada”, le advierte.