¿Qué es la pasión? Según el diccionario, se trata de un “sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón, como el amor, el odio, los celos o la ira intensos”. También un “sentimiento de amor vehemente, especialmente manifestado en el deseo sexual”. En el apasionado debate a favor y en contra, lleno de amor y de odio por los recientes libros de texto destinados a las escuelas de educación básica en nuestro país, hay quien ha defendido a toda la secretaría de educación federal y a cada uno de los proponentes de los textos resultantes; al igual que hay quienes han atacado a los textos con sus ilustraciones, sus implicaciones ideológicas y lo que será de los niños que pasen por esas escuelas primarias al menos en el ciclo 2023-2024 (cuando se terminará el sexenio en que la actual SEP promueve e impone estos libros). Hay algunos agradecidos, otros, enfurecidos. Hay quien enaltece los libros que parecen salidos, como el eterno destino de la patria, del cielo en donde el dedo de Dios los escribió. Mientras que hay quien los desprecia como si fueran las heces de Satanás y sus hordas comunistas come niños (a los que primero pervertirán con ideas sexuales y otras aberraciones no aptas para sus tiernos ojitos que comienzan a comprender letras, palabras y cifras).
La idea de distribuir libros gratuitos en las escuelas mexicanas tiene apenas poco más de sesenta años de haber cristalizado. Para ser más exactos, el primer lote lo entregó el Secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, el 16 de enero de 1960, en la localidad del Saucillo, San Luis Potosí. Desde entonces, ha habido quienes los han recibido con beneplácito, quienes los han recibido con sorna, y quienes los han recibido con terror. Ciertamente, los libros de texto nunca han sido monedita de oro ni han sido del gusto ni del disgusto de toda la población mexicana. Expertos reconocidos o autoproclamados, padres y madres de familia, estudiantes, docentes, directivos, le han entrado a la discusión: “¿lo usaremos o no? ¿Será benéfico o maléfico? ¿Lo escondemos, lo quemamos o lo conservamos? ¿Le arrancamos o le añadimos páginas? ¿Lo usamos en orden o lo consultamos en desorden? ¿Le ponemos atención o lo pedimos de vez en cuando? ¿Es el único libro disponible en la ronda o existen otras fuentes de información complementarias? ¿Es compatible con nuestras creencias, nuestro pasado, nuestras ideas o cuestiona –para bien o para mal– la cultura recibida en nuestra aldea?
Los libros de texto gratuitos de la educación básica en México se han discutido desde hace ya varios meses. Aunque en semanas recientes se ha recrudecido la discusión. Defensores, detractores, analistas, posibles usuarios y hasta simples curiosos aficionados o diplomados han opinado sobre sus contenidos, ilustraciones, consecuencias, impactos, ausencias, costos, sintaxis y hasta cuentas. En los sesenta y tres años transcurridos siempre se ha considerado que son instrumentos con limitaciones pero que vale la pena su distribución, en especial si son los únicos (o los primeros) libros a los que accederán los niños en asentamientos aislados del país.
Ya hace algunos años, estos mismos textos se encuentran también en internet (aquí, entre otros sitios: https://cife.edu.mx/recursos/nuevos-libros-de-texto-2023-2024-nueva-escuela-mexicana/) y es posible que en las escuelas se utilicen los dos formatos. A menos que en las escuelas no exista conexión a internet o no existan los aparatos necesarios para revisar esos documentos (inmateriales, a diferencia de los libros impresos).
La tradición de los libros de texto no se limita a los utilizados en las escuelas primarias. En las escuelas secundarias mexicanas hay más variedad de libros disponibles y menos debate (probablemente porque no se trata de textos impuestos y obligados, de lo que hablo más delante). Estos libros de texto para otros niveles a veces son DIGESTOS que complementan las estrategias metodológicas de los docentes. En otros contextos se les llama “readers” y suelen contener textos asociados con determinado curso o tema. Las “notas” (pequeños libros que sintetizan clásicos) Clifford son un recurso muy utilizado en las universidades estadounidenses. En realidad, son una forma de evitar que los estudiantes lean las obras originales, más que una motivación para buscarlas. Con esas notas se tiene el consuelo de que “cuando menos”, al igual que nuestros libros de texto mexicanos, de algo se enteran los estudiantes respecto a la literatura universal y las ramas del saber a las que muchos humanos a lo largo de los siglos han contribuido con su sudor y su sangre.