NOMBRES IMPROPIOS
Por: Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Habrá quienes notaron que también este año entramos en los meses del calendario cuyos nombres se convirtieron en mentira desde hace ya algunos siglos. Utilizamos nombres que no corresponden con su significado no sólo en estos casos en que los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre remiten a los números siete, ocho, nueve y diez, cuando en realidad corresponde a los que ocupan los lugares noveno al duodécimo. También en muchas otras situaciones de nuestras vidas utilizamos términos cuyo significado o etimología remite a conceptos diferentes de los que denotan. Hace poco discutía con mis estudiantes el uso que hacemos del término “baño” en México, para referirnos a un espacio relativamente separado en donde evacuamos intestinos y vejiga, delimitado claramente respecto a las áreas que utilizamos para nuestras actividades cotidianas, aunque, en los diseños arquitectónicos recientes se ha convertido en parte de un continuo. En algunos lugares, la taza de los servicios sanitarios se encuentra todavía muy aparte de los lugares diseñados para dormir o para comer. En México, llamamos “baño” a un espacio en el que no necesariamente podemos bañarnos o ducharnos. Como bien señala una de las estudiantes, en esos lugares ni siquiera hay “bañeras” (tinas) y es frecuente que tampoco haya “duchas” (regaderas).
En este país laico, seguimos celebrando días de descanso en las semanas “santa” y de “pascua”, aun cuando quienes gocemos de esos días de descanso, no creamos en dios alguno. Esas vacaciones se establecen cada año según las fases lunares, para que, como dicen los “corridos”, “en la fecha señalada” en la tradición cristiana, determinada fase lunar corresponda con el momento de la “resurrección” de su dios encarnado (¿dos veces?) en hombre. Por cierto, el estilo musical de relatos épicos denominado “corrido” no se refiere a quienes son despedidos de algún empleo. Ni tampoco los “narco-corridos” son personas que han sido expulsadas de algún lugar por los traficantes de narcóticos, ni son personas que corren y compiten con sustancias estimulantes de sus sistema nervioso y músculo-esquelético. Los narco-corridos son relatos musicalizados que ensalzan a algún personaje o suceso asociado con el mercado y consumo de sustancias estupefacientes. En ese caso, el término puede ser, literalmente, asociado con sustancias causantes de estupefacción y, en poco tiempo, de adicción.
En el estado de Jalisco tenemos una universidad que lleva el nombre de una ciudad, que se reclama “autónoma” sin incluir el término en su nombre; que tiene sedes en muchas otras ciudades y municipios de esta entidad federativa y por eso, en muchas ocasiones, al describirla se complementa con la frase “red universitaria de Jalisco”. Por cierto, el término de “redes” tiene ya tantos usos que expresiones como “redes sociales” se utilizaban, hace algunos años, para referirse a las conexiones afectivas y la serie de relaciones que las personas conservamos con otras personas más. Así, una red social se basaba en la idea de que cada persona era un “nudo” de un kilo o estambre, que estaba “tejido” o conectado con otras personas a las que se veía como otros nudos. Sin embargo, aunque en inglés se utiliza también la expresión de “social networks”, suele diferenciarse, en muchos casos, de los “social media”, a los que en idioma español solemos llamar también “redes sociales” para referirnos a programas, páginas y “aplicaciones” que requieren de una amplia red (internet) de computadoras interconectadas entre sí por medio de enormes macrocomputadoras desde las que se envía información y en las que se reciben y redirigen “bites” que no son mordidas, sino porciones de información.
Como bien afirma Amelia Gamoneda (2017: https://www.academia.edu/36811498/_Necesidad_de_la_metáfora_en_Gustavo_Ariel_Schwartz_and_V%C3%ADctor_E_Bermúdez_Eds_Nodos_Next_Door_Publishers_2017_pp_69_71_ISBN_978_84_946669_7_1#:~:text=La%20metáfora%20es%20la%20manifestación,hace%20humanos%2C%20mediante%20el%20lenguaje), la metáfora es traición, infidelidad (no literal, sino metafóricamente). Y recurrimos a metáforas, analogías y nombres (im)propios constantemente, incluso a sabiendas de que mentimos al denominar determinados procesos o cosas de nuestro entorno concreto o imaginado. En distintos idiomas, sus hablantes o escribientes utilizan distintas metáforas para referirse a ideas que son propias de esas culturas. Y no siempre somos conscientes de cómo esos “ob-jetos” se nos oponen (son, en al expresión germana, “Gegen-stände, algo que se alza/para en nuestra contra). En algunos casos, hasta que descubrimos cómo determinados “conceptos” se “conciben” en otros idiomas, nos damos cuenta de lo que expresamos en nuestra propia lengua. Lengua que ejercitamos como parte de un aparato fónico que produce vocablos para convertirse en “lengua-je” e idioma.
Resulta, tras despertar la incógnita que a veces ya conocíamos desde antes, que la ecuación del lenguaje es siempre ambigua. Por eso no podemos exigir integridad a los medios de comunicación, a menos o a más que se sumen dos de ellos, que es la recomendación que hacen los buenos chismosos o los buenos científicos sociales para confirmar o rebatir las versiones. Que son relatos que suelen tener anverso y reverso: lo que dices tú y lo que digo yo que sucedió. Por cierto, en cada nombre, estamos “a caballo” entre la idea y su referente en la realidad que suponemos concreta y de la que intentamos “con-vencer” a los demás para que utilicen las designaciones arbitrarias como parte de expresiones que se conviertan en cotidianas. Por azares de la fortuna, que no siempre sabemos si es buena o mala, también ignoramos las implicaciones de lo que mentamos. Probablemente solo los filósofos profesionales se cuestionan de a pocos por cada ocasión, los términos que utilizamos en distintos idiomas.