BASURA
Han pasado las fiestas decembrinas y la celebración del 6 de enero, una vez más. Se cierra un ciclo de consumo y en los basureros se deslucen los paisajes con desechos de todo tipo.
Las fiestas y las alegrías humanas, reguladores emocionales colectivos, tienen su costo colateral en materia de salud del medio ambiente.
Dar vuelta a la página. A los resultados de los banquetes gustativos y emocionales, la reunión del círculo de parientes y amigos, la singular práctica del amor en los núcleos familiares, la actividad alrededor de las mesas, la comida y bebida, luces titilantes, sonidos, desvelos consensuados.
El componente de la espiritualidad y sus distintos significados y acciones en viejos, jóvenes y niños, la cita oportuna y la opinión del dramaturgo Arthur Miller quien afirmaba: “La mera idea de que sucedan (los milagros), sin embargo, persiste en la cabeza de mucha gente. Cuando eso muere, hace que la gente sea más desgraciada”.
La mesa circular, la mesa cuadrada, las inaudibles conversaciones entre sorbos y sonidos de platos y cubiertos, el contrato familiar para expresar felicidad de alguna manera.
Diciembre, el tiempo marcado por las risas y alegrías artificiosas en los más, la exacerbación de las tristezas y soledades y estados depresivos en los menos, en los excluidos de la algarabía común.
La fiesta de los sentidos y la complicidad compartida en la gula. El juego de los niños, su capacitación como consumidores.
Comer, beber, romper piñatas, pedir posada y bolos, romper fronteras de lo auditivo con las cada vez más comunes bocinas, bandas y mariachis, los cantos espontáneos.
Los comportamientos colectivos en el oleaje del tiempo marcado en calendario, las mareas afectivas que se nutren en la intermitencia de un aparato que reproduce las mismas melodías de las distintas generaciones de concurrentes, el pacto de convertir tiempo, de significar presencias, la risa alrededor de los tragos y bocados.
La niñez como edad oasis a la que se retorna, el flujo de la consanguinidad y el modo de alegría simple con el ser y estar en familia.
Los resultados del espíritu festivo son palabras afectivas dichas y escritas a través de tarjetas digitales y memes, propósitos sembrados en el viento, música de villancico que nos hace buenos por un rato.
La basura producida, la inconsciencia masiva, el colapso de los sistemas recolectores.
Los basureros municipales, elocuentes manifestaciones de cuánto de lo vivido en los días pasados se ha convertido en basura.
La cultura del desecho, la difícil tarea de educar la conciencia ecológica en las anteriores y nuevas generaciones. Los permisos para el hedonismo gustativo.
El basurero como repositorio material de inconsciencia colectiva en materia ambiental. Como saldo de algunos excesos: botellas de plástico y envoltorios de innumerables productos vuelan entre el polvo y el viento.
Basura en bolsas negras, revoloteo de zopilotes y roedores, los desechos, festín de perros y gatos callejeros hambrientos, los días de enero que no han dado tiempo para limpiar lo suficiente.
La embriaguez consumista en los días idos últimos de 2022, los humanitos –término de Galeano– que llenan vacíos existenciales con esa especie de coleccionismo fetichista sustentado en el atípico poder adquisitivo, la salud física y la esbeltez en estación de espera.
Las fiestas navideñas en la estela del pasado, celebrar y dejar ir, el reencuentro que deja bolsillos y carteras vacíos, las empresas transnacionales como la Coca Cola y las compañías de vinos y cervezas que suman riqueza en sus cajas registradoras, las personas y las facturas de sus excesos, “Lo vivido y lo bailado quien te lo quita; al cabo vida ahí te quedas”.
Las luces en arbolitos navideños y paredes que no quieren apagarse, la vuelta a la normalidad que entraña retornar a las labores y responsabilidades cotidianas.
Voltear hacia adelante y reinstalar la normalidad laboral y escolar.
Ha pasado también la semana intensiva del taller de actualización de maestros y maestras y es tiempo de reflexionar sobre los saberes incorporados y sus implicaciones en la transformación de la práctica docente.
Cuanto saber se ha asimilado sobre la perspectiva de los programas sintéticos y cuánto hacer se habrá implicado y será visible en los programas analíticos, en la propuesta de codiseño, objeto de análisis en el taller.
La voz explicativa de la secretaria de Educación Pública en video (por cierto en visita rápida y subrepticia a Jalisco la semana anterior), la voz explicativa de Rosa María Torres formada en las aguas de las necesidades básicas de aprendizaje, oferente eficaz que ahora vende y asesora rutas de mejora continua curricular, de sentido inverso en la dimensión cognitiva.
La decodificación de sus dichos y la operación de sus propuestas está en ciernes.
Los materiales de estudio digitales y audiovisuales ya reposan en los repositorios y computadoras personales; la vida de las escuelas, la vida de las aulas, demandantes como siempre, esperan a sus directivos y profesores “formados” para retomar procesos.
Los niños, niñas y adolescentes han regresado a clases, la fiesta navideña y el periodo vacacional terminó. Desde el lunes han empezado a desmontar las figuras decorativas de la navidad que marcó el campo temático en frisos y representaciones, en algunos ejercicios de escritura y de expresión artística.
Bien por el arte y la creatividad, bien por el sincretismo de nuestra cultura, pendiente la interculturalidad crítica.
En términos de formación del espíritu científico, en la significación ampliada del pensamiento crítico y descolonización, cabe citar ahora a Carl Jung: “Lo que antes eran dioses ahora son patologías”.
Educar en la razón como imperativo de un sistema escolar permisivo en lo laico-ideológico.
El mundo de las escuelas y las aulas, el contexto demandante y autoritario que condiciona el proyecto formativo. Los educadores que necesitamos caminar la brecha de las múltiples realidades de los educandos, el significado múltiple de las variables de contexto (analítica y sintéticamente).
Describo una última imagen: mientras en una de las playas de Vallarta un día después del Día de Reyes corre un viento frío en un marco de marea roja y oleaje atípico, yace sobre la arena el cadáver de un delfín en primer plano mientras en el fondo con un “decorado” grotesco lucen innumerables bolsas negras de basura.
En ese punto cardinal no hay ciencia forense para saber las causas de la muerte del delfín (supongo contaminación de aguas) ni tampoco Psicología Social capaz de explicar la anemia y el desinterés por la higiene y la limpieza de los paseantes y los prestadores de servicio.
Mucho menos existe ciencia del comportamiento que otorgue el derecho de celebrar y construir felicidad sin actitudes y comportamientos ecocidas.
En el marco del cambio que desde la transformación educativa tarda en llegar, sigamos imaginando proyectos comunitarios, proyectos integradores, mientras la naturaleza acolcha los tanteos emocionales y existencialistas humanitos, y nosotros le regalamos de propia mano, desechos y basura a la madre tierra y al respetable océano.
*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. [email protected]