QUE NUNCA SE SEPA, A 53 AÑOS DEL INTENTO DE MAGNICIDIO CONTRA DÍAZ ORDAZ
“Narra cómo un hombre con aspiraciones sacerdotales quiso vengar a las víctimas de la noche de Tlatelolco, fallando en el intento de acabar con la vida del presidente de la República, señalado como comunista pasó 23 años en un hospital psiquiátrico para que ya en la indigencia, falleciera atropellado”.
Por: Redacción/ TEN/ Cultura
Se levantó de la cama, vio el periódico y decidió que ese día acabaría con la vida del Presidente Gustavo Díaz Ordaz. Era el 5 de febrero de 1970, el último año de su gestión, cuando un hombre de apellido Castañeda, de 28 años, salió de su casa en la colonia San Rafael de la Ciudad de México para detonar un arma que le arrancaría la vida al mandatario, marcado para la masacre de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.
“Deposita una carta en un buzón (dirigido a una revista en la que confía su crimen) y camina a gran velocidad al Hemiciclo a Juárez, en la Alameda Central; entonces llega y no puede ejecutar el asesinato como quería porque estaba lleno de policías y regresa a gran velocidad al Monumento a la Revolución”.
“Se para en la esquina de Insurgentes y Valentín Gómez Farías, cuando ve pasar un coche en el que él supone que iba el presidente, saca la pistola, dispara, le da un balazo en la parte baja de la puerta de atrás, donde en realidad iba el general Marcelino García Barragán, Secretario de Defensa Nacional. Entonces detienen al hombre”.
Así inicia un violento periplo de la vida real, plagado de irregularidades, que cuenta detenidamente el doctor José Ramón Cossío Díaz, ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), en su más reciente libro Que nunca se sepa. El intento de asesinato contra Gustavo Díaz Ordaz, que se presentó este jueves en el auditorio José Cornejo Franco, de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola.
El autor hizo hincapié que este caso muy poca gente lo supo, pues nunca llegó a los medios, y que él encontró tras analizar los expedientes judiciales de 1968. Pero la historia no paró en el intento de asesinato, sino que desencadenó una serie de irregularidades e inconsistencias que demuestran la impunidad del Estado mexicano.