UNA ARGENTINA PERDIDA EN LA FIL
Mi primera vez y mi primer día en la FIL. Un recorrido posible.
Por: Eve Bruna*
Hace cuatro meses que llegué a Guadalajara con la excusa de participar en “La FIL”, la reconocida Feria Internacional del Libro. Conocí esta feria por la escritora argentina Camila Sosa Villada que presentó aquí su libro “Las malas” en 2021. Desde ese momento la palabra Guadalajara resonaba con todas sus “a” en mi cabeza, como un pulsar del anhelo hoy cumplido.
Luego de pedalear 30 minutos llegué a la Expo Guadalajara donde se desarrolla este evento. Al entrar a la feria la desorientación es abismal. Escaleras, pasillos, gente como hormigas, saliendo, entrando, corriendo quién sabe a dónde, leyendo, sentados en los pasillos, en los escalones, en las mesas que invitan a leer, leer, leer. Aún atónita sigo observando: una chica besa su libro, trofeo recién comprado, otro lector corre detrás de un autor y le pide que firme su libro, luego se sacan una foto, infancias tomadas bien fuertes de la mano de los adultos, más perdidos que ellos, pero en una primera visita para enseñarles a amar los libros de allí en adelante y para siempre.
Como un faro apareció entre la mar de personas una isla con el tranquilizador anuncio “Informes”, en donde personas que no daban a vasto indicaban caminos laberinticos para llegar a destino. Allí me dirigí y consulté por mi primer punto para visitar (primer punto de una extensa agenda que armé e imprimí desde la plataforma de la página web). Una señora muy atenta desplegó un mapa y como experta en la lectura de una carta de navegante me indicó, marcando con un círculo triunfante (en vez de la roja cruz del tesoro descubierto) un rectángulo naranja que enunciaba el nombre: “Salón Enrique González Martínez”. Mi navegar me dirigía a tierras conocidas, ya que buscaba una de las actividades para profesionales de la mano del ilustrador argentino GUSTI en la Inauguración de FILUSTRA, una parte de la FIL dedicado a presentaciones, charlas y talleres por parte de ilustradores de todo el mundo. Allí me dirigí con el portulano en mano y entré en el salón atestado, una vez más, de gente. Tomé asiento en una de las últimas filas y si bien mi vista no es tan buena como de joven, ninguno de los dos señores que allí hablaban parecía ser, en mi breve recuerdo, a GUSTI. Al parecer presentaban un libro llamado “Cuatro veranos” de Benito Taibo y entre risas y anécdotas salí de mi arribo fallido en búsqueda de mi cruz roja (como encuentro del tesoro, no como la institución médica) que era la charla de mi paisano. El lugar estaba al lado, la sala de Profesionales, pero el ingreso era con inscripción previa (un pequeño ícono de un lápiz indicaba la preinscripción en la página web, cosa que no hice y por lo cual no pude ingresar, aunque estaba casi vacío).
Seguí con mi barca pues hacia otro destino, el Salón A, donde la escritora mexicana Marcela Lagarde presentaba su libro “Claves feministas para liderazgos entrañables”. Esta vez le pregunté a dos jóvenes que vestían sus playeras de Staff de la FIL, cómo llegar a dicho salón, pero ninguno supo contestarme, ante sus caras de miedos como si yo fuera a denunciarlos por no saber hacer su trabajo, volví al faro de Informes, otro, y allí me marcaron mi segundo círculo, esta vez más pequeño: Planta alta, Área Internacional. Caminé, subí y llegué. Pero esta vez, aunque estaba en el punto que buscaba, anunciaron que la autora había cancelado su presencia y que una discípula estaría para suplantarla. Segunda derrota.
Son cosas que le pueden pasar a cualquier buen marinero, así que sin desaliento me dirigí a mi tercer destino: La presentación del libro “Me llamo cuerpo que no está” de otra autora mexicana Cristina Rivera Garza. Esta vez tomé confianza y leí mi portulano: Salón 6, planta baja. ¡Vamos! Cupo lleno. Ninguna tormenta iba a interrumpir esta vez mi estrella, me planté en la entrada y ante una mirada de súplica le dije a la guardiana del portal “Yo espero… por si alguien sale…” como si eso fuera una lógica posible, si entraron recién ¿por qué iban a salir? Pero el milagro, sucedió y las puertas se abrieron para unas diez personas más que habíamos quedado fuera ocupando para nuestro asombro la primera fila.