CULTURA

UNA CARTA INCONCLUSA

UNA CARTA INCONCLUSAPara Yusenia L., con mi franca amistad.

UNA CARTA INCONCLUSAHace alrededor de tres años encontré en la librería Cervantes el número 106 de la Revista de Occidente, fundada por José Ortega y Gasset, fechada en enero de 1972, en la que se anunciaba en la portada “Una carta inconclusa a Dámaso Alonso” –el genial crítico literario que publicó entre otros “Poesía española”, en la que aplica el método estilístico aprendido de Spitzer y muestra la manera acuciosa en la que debe leerse la poesía–, curiosamente bajo la firma de P[edro]. Laín Entralgo, que me llamó de inmediato la atención y me fui al café de González Martínez para leerla junto a un aromático y fuerte café negro.

Mi sorpresa fue grande porque la carta no era de Laín, sino de una “innominada mujer”, fallecida reciente, que dejó “algunos papeles manuscritos” entre los que estaba una carta dirigida al poeta Dámaso Alonso, la cual llegó a las manos a este médico y filósofo español.

Debo aclarar que Dámaso Alonso antes de ser el enorme crítico literario que era, fue poeta y escribió un libro titulado “Hijos de la ira”, publicado por Espasa-Calpe en su colección Austral, en el que se encuentra un poema, “Mujer con Alcuza”, el cual es el motivo de esta carta que Laín Entralgo publica bajo su cuenta y riesgo.

UNA CARTA INCONCLUSALas mujeres, antes de los feminismos ortodoxos y radicales, tenían un encanto que nacía de un grado de ingenuidad propio de ellas, y es por eso que, cuando encuentro una expresión como la de esta mujer que parece salir de sus casillas porque descubre algo que solamente sospechaba y que es como un dolor que aparece de súbita manera involuntaria, salta a la conciencia un malestar que arde, pero que sin duda motiva a la pasión y al gozo de saberse viva.

No sé, porque ella no lo menciona, cómo llegó a darse cuenta de la existencia del poema que, dice, la retrata con buen grado de fidelidad; que Dámaso Alonso, sigue diciendo, adivina, más que conoce, pues el poeta, refirma a lo largo de su misiva (omito deliberadamente el término “discurso”, caro a lo lingüistas, pero no a nosotros los poetas), sólo adivina, pues no tiene la certeza racional de lo que observa.

Comprendo que esto no era sino un mecanismo de defensa al verse descrita, desnudada del alma, como lo hace el entonces poeta, frente a todos los lectores.

Ella un día descubre la existencia del poema de 206 versos, compuestos en 14 estanzas o estrofas, de construcción bastante irregular, pues tiene versos de distintas medidas silábicas, como 4, 10, 11, 14, 30, 28, 21, 25, y afirma que el poeta la ha descrito tal cual ella es, ha sido.

UNA CARTA INCONCLUSAEl reconocimiento de lo que uno es. expresado en un poema, deja una marca de fuego en el corazón, que se azarea.

Una mujer común, pienso, adivino, pues, que era la que limpiaba la casa del médico y filósofo Pedro Laín una o dos veces por semana, como es costumbre en la península, tenía educación, como dice, pero que luego vino la guerra civil, que es peor que cualquier guerra, que le mató al único hijo que tenía, y el marido, ¡desgraciado!, aprovechó para irse con una más joven que ella y entonces su vida se volvió no oscura, como dice el poeta, sino negra, como le aclara, tan negra que era mejor quitarse la vida, hacer que se la tragara la tierra, pero cuando estaba en ese trance una noche sumamente calurosa, tendida en la cama, elucubrando la mejor manera, sacó la pierna de la sábana, así lo dice y me pareció muy sensual esa imagen, le llegó la frescura de la noche en esa oscuridad y eso le cambió el ánimo y sintió que, con todo lo que le pasaba, tenía que seguir viviendo.

El culmen de la carta, para mí, es cuando reconoce que el poeta, Dámaso Alonso, al hablar de ella en su poema la convierte en una representación de la humanidad. Su dolor, su miseria, dice ella, no era ya personal, era de todas las mujeres y de los hombres de su condición social, y así ella se transforma

(Ovidio, ni modo que no) en un modelo de lo que les pasa a todos los que como ella han vivido el horror de una guerra tan cruenta como estúpida como la que vivieron con Franco.

Lo que me impactó de esta carta incompleta es la actitud de la innominada mujer, así bautizada por Laín Entralgo (de ideología falangista que modificó –otra metamorfosis– su modo de ser para luchar por la democracia y la libertad), que de muchas maneras confronta al poeta que “más adivina que sabe”, y el recuento que hace de su vida luego de leer, seguramente con harta atención, el poema de Alonso –que ya en ese tiempo presidía la Academia de la Lengua Española y se había retirado por completo de la poesía, siguiendo su compromiso de no hacer poesía al ser parte de cuerpo académico universitario, por conocer los trucos para componerla, según me contó el profesor Navarro–, razón por la cual Laín se disculpa por publicar la carta dirigida al poeta, sin su anuencia, pues la carta-análisis del poema, motivo clave para esa incursión personal en su propia vida, sincera, sencilla, de esta mujer que escribe, me recuerda los análisis trascendentes realizados a principios del siglo XX en los que se revelaba las situaciones sociales contenidas entre líneas en poesías, cuentos, novelas y dramas.

UNA CARTA INCONCLUSAUna mujer sin muchas lecturas, que leyó lo que decían algunos críticos del poema y que consultó el diccionario muchas veces para entender cabalmente lo que significaba de primera mano el poema, con el fin de que le quedara claro y le confirmara lo que ella deducía de su lectura, utilizando la agudeza de su percepción para comprender ese poema, descriptivo ciertamente, pero con una contundencia emocional que le hizo abrir los ojos de su conciencia en un acto reflexivo en el que el poema le sirve de espejo para reconocer su condición social y humana.

La mujer nunca envió la carta incompleta, la guardó entre “algunos papeles manuscritos, que por razones que no son del caso han venido a parar a mis manos”, y que, como afirma Laín, ya no son asunto de la autora y del poeta, sino de toda la humanidad culta.

Tal afirmación resulta de suma importancia hoy, que se ha olvidado que la poesía que es poesía es un asedio al conocimiento del alma humana que provoca, con sus descubrimientos, un sacudimiento espiritual capaz de transformarla.

Cabe mencionar que perdí esa revista entre los alteros de libros y revistas de mi cuarto de estudio, y el jueves pasado, buscando otro libro de los encapsulados en las cajas del tiempo consignados a la relectura de futuro próximo, la encontré. La releí y decidí comentarla porque lo creí suficientemente necesario.

La poesía que es poesía es asunto de toda la humanidad, culta y no culta.

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