EDUCAR EN TIEMPOS CRÍTICOS
Existen estudios en los cuales se fundamenta cómo las crisis entre países afectan la vida social y en especial los procesos educativos. Hasta cierto punto es natural. Si un país entra en guerra, toda la vida ordinaria desaparece, las necesidades fundamentales se atienden del modo que sea posible, y las escuelas, la educación en general, suspende sus actividades. La globalización económica de los países del Norte pactada en los años ochenta del siglo pasado, a la cual fueron arrastrados la mayoría de los países del Sur, causó y sigue causando impactos en la economía, en la vida social, y desde luego en la educación. Basta pensar en las prácticas propiciadas por la enorme disponibilidad de la comunicación inalámbrica. Con gran visión, Manuel Castells nos avisó de cambios y escenarios futuros en su obra “La era de la información”. Y se quedó corto en algunas cuestiones. Se desataron crisis evidentes de relativo fácil manejo y superación, y crisis silenciosas difíciles de comprender y de resolver.
La educación formal, esa controlada por los estados, en muchos de éstos se autoconvenció de ser impermeable ante las crisis, se resistió a muchas de esas nuevas posibilidades. Algunos pocos países y sus estados vieron en la crisis la oportunidad de rehacer el aparato educativo y hoy recogen el fruto de su, para muchos, atrevimiento. Algunos frutos son admirables y otros, son retrocesos lamentables.
Es cierto. La educación hasta hoy tiene un núcleo, quizá breve, imprescindible. La comunicación de una generación adulta y formada a otra naciente y por formar. En ese núcleo se juegan la mayoría de las bondades y de los desaciertos de cualquier educación. Es ese núcleo pronunciado por Paulo Freire: “Nadie se educa sólo. Nadie educa a otro.” Necesitamos de los demás para emprender nuestra formación, y el fruto de esa relación es sólo responsabilidad de cada persona. A veces no tomamos cuenta de esos dos núcleos. Cada persona (sin importar quién y cómo es) se forma mediante procesos, intuiciones, búsquedas, y más, personalmente llevadas a cabo. Y a la vez, cada persona necesita la ayuda de otras personas con cierta formación para disponer de ayudas, modos, sistemas e informaciones necesarias para hacer menos tortuoso o largo o ineficaz ese proceso unipersonal de formarse.
Las crisis, por lo general, afectan ese núcleo de comunicación entre las generaciones, con mandatos administrativos, obstáculos ideológicos, ideas preconcebidas y hasta con objetivos valiosos en sí mismos y, a la vez, inalcanzables para la mayoría. Asimismo, las dificultades provocadas por las crisis, hacen pensar a las personas que, acabada la fase de crisis, se puede volver a lo anterior. Prescindir de la consideración de los efectos de largo plazo o efectos en la salud de las personas, hace posible volver al “antes”, cuando lo importante es avanzar hacia el “después”.
No ocurrió el pensar en el escenario de una pandemia, menos en el escenario postpandemia. Tampoco en un escenario violento. Lo pensamos como sucesos controlables y no como muestras de la crisis silenciosa del país completo. La violencia no es un suceso, es un modo de vida de un numeroso grupo de mexicanos y de otro grupo imitador en búsqueda de las mismas recompensas volátiles del violento. Educar en tiempos de crisis pide pensar y construir un escenario nuevo para “después” de la crisis.
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). mbazdres@iteso.mx