Desde el alba de la conciencia, el hombre ha debido confrontar la angustia de la pérdida.
Cada objeto, cada ser, cada sentimiento que despierta ternura en nuestro pecho parece estar condenado a desvanecerse en el torrente implacable del tiempo. ¿Es acaso la existencia misma una sucesión de despedidas?
Franz Kafka, con su lúcida y sombría mirada, nos sugiere que aquello que amamos está destinado a perderse.
No obstante, lejos de sumirnos en el desconsuelo, nos ofrece una clave: el amor no desaparece, sino que muta, adopta nuevas formas, se transforma en otros rostros, en otras circunstancias, en otras manifestaciones de afecto.