LA PÉRDIDA Y LA METAMORFOSIS DEL AMOR
Por: Mariana Navarro Macías/ TEN/ Opinión
Desde el alba de la conciencia, el hombre ha debido confrontar la angustia de la pérdida.
Cada objeto, cada ser, cada sentimiento que despierta ternura en nuestro pecho parece estar condenado a desvanecerse en el torrente implacable del tiempo. ¿Es acaso la existencia misma una sucesión de despedidas?
Franz Kafka, con su lúcida y sombría mirada, nos sugiere que aquello que amamos está destinado a perderse.
No obstante, lejos de sumirnos en el desconsuelo, nos ofrece una clave: el amor no desaparece, sino que muta, adopta nuevas formas, se transforma en otros rostros, en otras circunstancias, en otras manifestaciones de afecto.
LA METAMORFOSIS DE LOS SENTIMIENTOS
El amor, como todo en este vasto universo, está sujeto a la ley inmutable del cambio. Lo que hoy nos infunde gozo mañana podría tornarse en melancolía, y sin embargo, su esencia persiste, diseminada en las entrañas de la memoria, aguardando el instante propicio para renacer bajo un ropaje distinto.
Así como el río que fluye nunca es el mismo y, sin embargo, sigue siendo el mismo río, el amor transfigura su apariencia sin perder su núcleo sustancial.
El amante que parte, el amigo que se aleja, la niñez que se disipa en las brumas del tiempo… todo lo que se creía inmutable se desvanece. Más, ¿acaso no hallamos su reflejo en otras almas que cruzan nuestro camino? ¿No es cierto que, cuando menos lo esperamos, la ternura reaparece, envuelta en la forma de un nuevo afecto?
EL RETORNO DEL AMOR EN OTRA FORMA
Si la pérdida fuera absoluta, si el amor se extinguiera sin remedio, el alma humana quedaría condenada a la aridez perpetua.
No obstante, la historia de cada ser sensible nos revela lo contrario: tras la noche más oscura, la aurora retorna; tras la ausencia más cruel, el afecto encuentra un nuevo cauce.
Lo perdido no se recupera en su forma primigenia, pero sí en su esencia. Un amigo ausente se convierte en la enseñanza que nos dejó, un amor que se extinguió nos prepara para recibir con mayor sabiduría un amor futuro.
Kafka, en su singular clarividencia, nos señala una verdad irrevocable: la vida es un ciclo de pérdidas y hallazgos.
Resistirse a la transformación del amor es resistirse a la vida misma. Aceptar su metamorfosis es, en última instancia, la única forma de honrarlo.
CONCLUYENDO
Si bien la existencia nos somete al yugo de la pérdida, no estamos condenados a la desolación. El amor, como el fuego de una antorcha, no muere cuando se apaga una llama, sino que se transmite a otro cirio, encendiéndolo con renovado fulgor.
No nos corresponde aferrarnos a lo que se va, sino abrir el corazón a las nuevas formas en las que el amor regresa.
Y en ese fluir incesante, en esa danza entre la ausencia y la presencia, encontramos el verdadero sentido de nuestra travesía por este mundo.