2 / La literatura siempre ha sido un proceso de comunicación del tipo 2.0, es decir, una comunicación en la que solo hay afluencia del emisor ante un receptor pasivo: digan lo que digan los críticos y los profesores de literatura, no hay posibilidad de comunicación natural entre un libro y un lector. Es una
ilusión idealizada eso de que el lector puede conversar con el autor de un libro.
Por eso, cuando los niños se hicieron adolescentes, y tuvieron acceso a los videojuegos pudieron ingresar a un mundo diferente, un mundo 4.0, en el que podían intervenir, tomar decisiones y actuar, sobre todo actuar y ver los resultados de sus decisiones. Esto modificó su visión del mundo de manera
radical, pues participar en el mundo es una forma de ser adulto y ser uno mismo.
La literatura infantil quedó por completo fuera del mercado de las ilusiones para infantes. Incluso los padres se vieron afectados con este cambio, pues su actitud cambió con sus hijos menores, a los que ya no lo indujeron a la lectura.
3 / Pero la burguesía es la parte de la sociedad que es la más inventiva, la que crea nuevas posibilidades de ganar dinero y de explotar a quienes puede, y por eso abrió un mercado sensacional, fabuloso, que, como todos los mercados, crea ilusiones y propone soluciones a esas ilusiones creadas por ellos mismos, con lo que genera cantidades inmensas de dinero para sus cuentas en los bancos y en la bolsa.
El mercado nuevo, quizá no tan nuevo, pero que abre sus puertas en nuestro país con un ariete de gran potencia, son los viejos, esas personas a las que la sociedad defensora de los derechos humanos llama de manera eufemista “los de la tercera edad”, ese grupo social bajo ese rubro que realmente solo tiene el dinero de una pensión o de los dividendos logrados mediante su participación en ventas de multinivel o en la bolsa, cuya cercanía a la muerte da muchos dolores de espalda e inflexibilidad muscular; también padece de la baja de la libido por la poca producción de testosterona.
Ese grupo social que siente que la muerte lo asecha y cada vez de manera más cercana, tiene necesidad de ver sus fuerzas repuestas, de rejuvenecer, y eso lo saben los mercaderes y los publicistas que se encargan de vender flexibilidad a través de diferentes tipos de ejercicios de yoga y de neuroanatomía; potencia sexual mediante medicamentos milagrosos que son blandos en comparación con el viagra, que es duro y puede producir paros cardiacos.
Esos hombres de la tercera edad, solos, porque la vejez se vive solo, sin hijos que apoyen, según el canon manejado por los abogados que buscan las demandas por el abandono de persona; sin pareja que los acompañe en el disfrute de los últimos años de su vida, o con una pareja de igual edad, con las variaciones de edad propias de lo que la sociedad permite, que pide, ¿no tienen las mismas disfunciones los hombres y las mujeres?, sexo como si tuviera treinta, de acuerdo a los condicionamientos que se manejan en este nivel de conocimiento, y hacen de estos señores unas víctimas de su impotencia sexual, física y mental, con lo que sin duda un juez los declararía incapaces, en estado de interdicción.
Este mercado no tendrá crítica alguna, a menos que a Bauman se le ocurra hablar del sexo como ideología (quizá ya lo hizo, y yo en la ignorancia). Los viejos, veteranos, de la tercera edad, se irán muriendo y con ello el mercado se verá mermado, pero sin duda que otros irán ingresando a esta clasificación y participarán de esas necesidades vitales.
4 / Se preguntarán que tiene esto que ver con la literatura, o con la estética literaria. Al igual que cualquier hombre común, los literatos se van haciendo viejos, pierden su flexibilidad muscular, pierden la agudeza de sus sentidos y su potencia sexual, que, sin duda, afectará su producción literaria, y con la ilusión de crear un día, aunque sea lo último que hagan, su obra maestra, incurrirán en este tipo de mercado, creyendo que al recuperar esas facultades disminuidas seriamente podrán hacer nuevas incursiones en el mundo de las letras.
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