OPINIÓN

TRÁFICO

TRÁFICOPor: Jorge Valencia*

En México se venden coches que alcanzan los 200 km/hora para manejarlos en las ciudades a 20. Con el habitual congestionamiento, andan más rápido las bicicletas. Herederos del tianguis como método de interacción comunitaria, nuestras tradiciones milenarias sólo conciben la identidad cultural bajo la forma del hacinamiento. Mientras más amontonados estamos, más mexicanos somos.
Los conflictos viales que se suscitan todos los días exhiben nuestro inconsciente colectivo: el gregarismo nos traiciona y define. A diferencia de las ciudades de otros países, cuyas calzadas se trazan con escuadras, las nuestras se enchapopotan en círculos concéntricos siguiendo el plan genético de las cebollas (en la alegoría cabría el comentario de que por eso la experiencia nos provoca el llanto). El punto de partida urbano es la iglesia, el palacio municipal y el kiosco, conjunto que denominamos “centro histórico” con el cariño con que bautizamos a un alebrije.
La corrupción y el desánimo (a veces más lo segundo), nos obligan a resignarnos a lo inminente, no a lo deseable. Una calle prevista en un plano urbanístico termina encimada por un complejo comercial para lo cual después se buscan soluciones barrocas de una vialidad asesorada por Escher. Hay avenidas que desembocan en callejones. Pasos a desnivel con semáforo interno y zonas peatonales por donde cruza el tren.
fantasmaNuestro surrealismo se actualiza bajo reglas de movilidad impuestas por funcionarios ocurrentes y creativos cuya habilidad técnica consiste en dejar el verde de una avenida quince minutos ininterrumpidos, hasta que la fila en rojo de los coches que la cruzan se apile hasta el centro histórico. Una forma retorcida de vincularnos con nuestro origen.
Los suburbios son fraccionamientos aleatorios que se construyeron sin la conciencia del futuro. Más por criterios estéticos y comerciales que por funcionalidad. Por eso las entradas y salidas hacia la ciudad se vuelven estacionamientos intermitentes en horas-pico, donde los vendedores ambulantes ofrecen jericallas a través de las ventanillas y los niños todavía se bajan de los coches en busca de baños o a jugar shangái. Esos conglomerados recuerdan las vueltas concéntricas por género en la plaza central de los bisabuelos, cuando la vialidad era un mito de la modernidad que aún no interrumpía los domingos ni los ligues.
TRÁFICONo es casualidad que en nuestros panteones tradicionales proliferen las tumbas sin orden ni concierto. Aún en la otra vida nos presentamos en tribu. Las vialidades terrenales resultan un anticipo de lo que nos espera: la bienvenida en bola donde se admita nuestro desmadre. No somos gente de planeaciones sino de soluciones, casi siempre postergadas (y mal). Sólo “aprestamos el acero” si escuchamos un “grito”. Mal de muchos, consuelo de nuestra fenomenología cultural.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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