CULTURA

LA LITERATURA, NEGOCIO DE ABARROTES

LA LITERATURA, NEGOCIO DE ABARROTES1

La literatura es como la carne de cerdo, en ella todo se aprovecha, más ahora que se ha vuelto un gran negocio.

Un negocio de abarrotes, hay de todo para todos.

“desde un tractor hasta un tornillo”, aseguraba un anuncio.

Todo en ese enorme mostrador llamado “redes sociales”.

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Si todo mundo está dispuesto a pagar por cada curso que se anuncia, hay dinero, circulante o plástico: hay dinero, ¿O será que la mentalidad mercantil y la creencia de que con cursos y diplomados se puede adquirir conocimiento circula en la linfa de casi todos y ha abierto muchas mentes cerradas?: todo es mercadotecnia.

Todo se vende, todo se ofrece.

Y como en la universidad, solamente se destacan los ingresos.

No hay egresos, no hay resultados, no hay productos.

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En el mundo literario lo que abundan son los aprendices de poetas.

“mucha inspiración; mucho fuego interior”, pensaba, pero no.

Enseñar a redactar poemas es de lo más sencillo, pruébelo y verá que paga mucho por esto:

Una anáfora es la repetición de una palabra línea tras línea y con ella se pueden llenar muchas hojas de cuaderno.

Pero el cielo de los poetas novos es la metáfora.

No solamente su meta, también su estrella polar: no hay nada como una comparación continuada con la intención de llegar hasta ella.

Porque sin un bue parangón, sin una buena comparación, ella no viene.

Verdad verdadera.

Verdad incunable.

Una metáfora, si se logra, es el Cielo de los poetas: su América descubierta; pero toda metáfora es un pedazo de cartón mojado.

Aun así, con ella no hay resabios ni resquemores. Es amor puro.

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De todas las artes literarias, la poesía tiene el mayor reconocimiento.

La poesía se manifiesta en el verso, y el verso ¡Dios mío!, es la expresión más sublime del pensamiento, aunque sea igual que un caballo salvaje.

No es lo mismo hacer un verso que poner una palabra tras otra sobre una línea y cortarla como le dé su gana.

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Comprender es descifrar en tus propios términos una realidad, conocer sus relaciones visibles a los sentidos y sospechar los entresijos, lo que se capta sólo con los sentidos de la percepción.

Entender es descubrir los sentidos propios del poeta, su meta, sus intenciones, sus asociaciones no conscientes. Es ver el alma de las cosas, ver la cosa en sí.

Sólo la poesía nos muestra la cosa en sí porque el poeta tiene un modo de captar la realidad internamente, cosa que ni él sabe cómo lo hace.

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La poesía tiene sus reglas: crear y mantener una disposición perceptual a todas horas, como el cazador tras de su presa.

El cazador tras su presa es una imagen que ya no es común entre los hombres y mujeres en una sociedad feminizada, a la que eufemísticamente denominan “de cristal”.

Una figura calificada como “mítica” y también como “arquetípica”, siguiendo el canon esotérico de Jung, deja al poeta, al hombre, afuera de ese mundo en el que la mitología griega lo había situado.

No el hombre cazador, no el hombre de carne y hueso, armado, tras la presa, sino la figura, la idea, la abstracción, la nada.

El poeta fue idolizado por el que muchos aseguran es el gran psicoanalista del ser.

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Y de todas las normativas que pudieron salir a la luz, desde el Ars poética aristotélica hasta la de Huysmann, todos prefirieron la de Horacio, un teórico muy claro, preciso, selectivo, que puso los puntos sobre las íes en cuestiones

de fondo y forma, no imperativo, que propuso como finalidad de la poesía “causar deleite” en el lector, cosa que los psicólogos holísticos han redundado en que “para que cause placer, tienes que sentirlo tú primero”.

Toda poesía debe dejar una enseñanza, pero una que sea deleitosa.

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La poesía enseña deleitando: ése es el principio de las ventas de todo curso, diplomado y todas sus variantes didácticas, sin el que de veras no hay nada.

Si no sientes ñáñaras no estás aprendiendo realmente.

La literatura es un cerdo bien cebado.

Y el poeta solamente un símbolo, ojalá fuera fálico, del arte literario.

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